Cambió la Banca por los vinos: «Cumplí mi sueño»
ORTEGA GIL FOURNIER_PRESIDENTE DE BODEGAS Y VIÑEDOS O. FOURNIER
José Manuel Ortega, en una de sus bodegas en Argentina
Apuesta de riesgo
Se especializó en mercados de inversión. Trabajó en Goldman Sachs y en el Banco Santander.Cambió un sueldo de 400.000 euros por unos ingresos de 50.000 euros al año. Arriesgó su dinero, su patrimonio y parte de los ahorros familiares.Construyó su primera bodega en plena crisis del «corralito» en Argentina, en 2002.Hoy cuenta con bodegas en Argentina, Chile y España. Y es propietario de 435 hectáreas de viñedos, de los cuales 160 son de viñedos con más de sesenta años de antigüedad.
CARMEN DE CARLOS
Actualizado Martes, 14-04-09 a las 09:54
El puente de la Inmaculada de 1999 José Manuel Ortega Gil Fournier subía a un avión de Iberia con destino a Buenos Aires. El billete, «pagado con puntos», ya forma parte del origen de la historia de este productor de vinos de cuarenta años que un día fue un prometedor banquero. Hoy, desde la provincia argentina de Mendoza, donde se levanta la más monumental de sus tres bodegas, este empresario hace repaso de una década durante la cual pasó de soltero a casado, de contar billetes en el ordenador a ordenar sus finanzas y de beberse el vino ajeno a fabricar el propio en Argentina, España y Chile.
«Somos un caso único. No existe un proyecto emprendedor similar en ninguna parte del mundo. Tener tres bodegas en tres países es algo extraordinario y lo hemos hecho españoles. Nos da un poco de vergüenza decirlo pero tenemos que estar orgullosos», aclara antes de celebrar: «Los sueños se dan de noche. Poca gente consigue hacerlos realidad de día. Yo soy uno de ellos».
Presidente del grupo de Bodegas y Viñedos O. Fournier, este joven empresario cambió «un sueldo de cuatrocientos mil euros de entonces por unos ingresos de cincuenta mil al año. No me veía a los sesenta trabajando en la banca, y tengo claro que se vive sólo una vez», reflexiona.
Amor al riesgo
Nació en Burgos, estudió y vivió a caballo entre España y Estados Unidos. Se especializó en mercados de inversión, estuvo en Goldman Sachs y de ahí fichó para el Banco de Santander. Tenía lo que para muchos puede ser la vida resuelta pero, «inquieto por naturaleza», arriesgó su dinero, la totalidad del patrimonio y parte de los ahorros familiares: «Convencer a mi padre no fue fácil», recuerda. En la negociación tuvo que ceder y colocar el apellido paterno en una de las bodegas, «de no hacerlo no habría logrado que me ayudara en la financiación», asegura.
Desde entonces, «muchos sacrificios, estrecheces y un sin fin de viajes por medio mundo para vender el producto» han marcado su vida. Ahora, con varios socios más, «dos hipotecas y tres créditos pendientes somos propietarios de cuatrocientas treinta y cinco hectáreas. De éstas, unas ciento sesenta son viñedos de más de sesenta años de antigüedad», explica para que quede claro que la buena uva tiene su historia.
Arriesgado, con la «audacia que me daba la juventud y todavía no haber formado una familia», a José Manuel no le echó para atrás meterse entre cepas ajenas, «no sabía una palabra del tema pero con la ayuda de mi hermana Natalia y de mi cuñado José Luis pudimos salir adelante», confiesa.
En el anticipo de la crisis
Lo hizo en uno de los momentos aparentemente menos propicio, cuando Argentina sufría una auténtica resaca financiera, social y cultural: una crisis anticipada a la que vive hoy el mundo. En ese escenario, en tiempos de temblores económicos, comenzó a construir, «en marzo del año 2002 la primera bodega que, si no me falla la información, sigue siendo la más moderna del mundo. Estábamos en la época del corralito, los bancos habían suprimido los créditos y el país se caía a pedazos, pero lo logramos», celebra.
Eligió la zona vitivinícola más próspera del país, la provincia de Mendoza, «una isla en Argentina», asegura después de aclarar: «No tuve que pagar una coima (soborno). Jamás me la pidieron».
Con una planta de doce mil metros cuadrados y capacidad para millón y medio de litros, el proyecto de la bodega argentina, el buque insignia de la empresa, se convirtió en un referente internacional por su diseño. «Nunca imaginé que la construiríamos con forma de platillo volante. Tardamos dieciséis meses en terminar de definirla. La única condición que puse fue que la última palabra ante una diferencia de criterios con los arquitectos la tendría el enólogo. El “envase” es muy importante pero no pierdo jamás de vista que el contenido, nuestro contenido, es el vino», garantiza.
Con el objetivo claro y «cuidando mil y un detalles de todo el proceso», su esfuerzo se ha visto recompensado con una colección anual de distinciones, tanto a la calidad como a la estética de las botellas. «El último nos lo concedió la revista Wine Spectator, la de mayor tirada del mundo que ha dado noventa y cinco puntos a nuestro vino top de Ribera del Duero. Sólo dos vinos españoles han superado esa marca, por un punto, en 2008 y en 2009 y sólo veinte españoles la han superado en la historia de Wine Spectator. Ojo, que estamos hablando de un vino que se puede comprar en la tienda por sesenta euros», explica.
En Argentina, España y Chile
Después de la bodega levantada en la localidad de Mendoza vendrían la de España y la de Chile. «Nuestros vinos de Ribera del Duero son más elegantes, más finos, mientras los de Chile resultan más sobrios y los argentinos vienen con el sello de la juventud y la frescura», describe. Pero, «cada vino tiene una personalidad y un envase único. La línea Urban, identificada con las ciudades, cada año lleva una leyenda sobre una fotografía diferente. Encontrar esas frases históricas que resuman la esencia del vino no ha sido fácil muchas veces. Confieso que hice una pequeña trampa con mi nombre y en una ocasión inventé una máxima que firmé José Ortega G. Fue una licencia dedicada al filósofo que no volví a repetir», confiesa. Pero tampoco es sencillo encontrar la fotografía adecuada: «Tenemos que ser cuidadosos para no herir susceptibilidades. En Brasil tuvimos que retirar una en la que salía un ángel caído porque allí lo identificaban con el diablo».
En la gama más alta argentina, la Alfa Crux y la Bcrux la etiqueta es una réplica de la cruz del sur que sólo se divisa en el hemisferio sur. Sobre ella está impreso un ñandú (pequeño avestruz), explica. «El diseño no deja a nadie indiferente. O te encanta o lo odias», garantiza pero, a tenor de los resultados, parece que el criterio primero es el que se impone. Prueba de ello es el aumento creciente de las exportaciones. «Vendemos a Francia, Australia, Taiwan, Malasia, Islandia, Estados Unidos, Suiza, Alemania, Brasil, Gran Bretaña, China... Tenemos acuerdos de distribución en más de cuarenta países ».
Orgulloso, hace cuentas y asegura: «Hemos alcanzado una producción de un millón de botellas. Nunca pensamos que íbamos a tener tanto éxito».
Curtido por sus orígenes, José Manuel Ortega afronta la crisis mundial con serenidad. «Ha puesto a todo el mundo en su sitio. Por un lado nos perjudica, pero al mismo tiempo nos beneficia ya que uno de los pilares en que se basa el grupo O. Fournier es ofrecer calidad a precios muy atractivos. Nosotros, por suerte, no hemos tenido que hacer reajustes en nuestra política de venta, nuestros precios son muy competitivos. Lo nuestro es una empresa familiar, la gente se deja la piel porque es suyo», reflexiona.
Un valor a largo plazo
En este tótum revolútum financiero que hay en el mundo y en Argentina, «donde la financiación máxima que te da un banco es a tres meses» a José Manuel Ortega Gil Fournier, que le queda mucho de su época en la banca, le fastidia «que estén salvando a las empresas inmobiliarias. No tienen futuro, no van a poder devolver los préstamos, lo único que están haciendo es retrasar el problema, pero los bancos las sostienen a nuestra costa. Es deprimente ver pequeñas y medianas empresas que, por culpa de la situación bancaria, están desapareciendo y que podían ser viables a largo plazo. Resulta increíble que en la época de bonanzas las entidades financieras nos trataran un poco como los tontos que se machacaban a trabajar para vender una caja de vino y que apostaban por el valor a largo plazo, en lugar de estar especulando con el ladrillo».
No obstante, está convencido de que «las empresas familiares, las pequeñas y medianas, son el tejido industrial de un país aunque somos los que más sufrimos la crisis».
Aun así, insiste en sacar adelante nuevos proyectos. El último, un restaurante frente a los Andes, en una de las alas de la bodega que ya forma parte del recorrido turístico de la zona por su calidad. «Nadia, mi mujer, está al frente de la cocina y cuida todos los detalles. Trabajamos de sol a sol y celebramos reuniones con cocineros internacionales. Por aquí han pasado chefs de Zalacaín, Astrid y Gastón o Sacha». El próximo paso, «si todo va bien», nos anuncia, «será la construcción de un hotel. El parón económico nos ha obligado a frenarlo pero el proyecto está terminado».
Responsabilidad social
Mejor camino lleva «nuestra inversión para comenzar una guardería infantil no sólo para nuestros empleados, sino también para personas que lo necesitan del pueblo de Eugenio Bustos (en la región argentina de de Mendoza) que es donde está localizada la bodega. Siempre hemos creído en la responsabilidad social, sobre todo, en Latinoamérica», afirma. Prueba de ello es haber llegado a donde está, «y —recuerda— todo empezó con ese billete que compré con puntos de Iberia en el puente de la Inmaculada allá por el año 99. Debería haberlo guardado, pero a saber dónde estará».
Origen información: ABC
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