El arquitecto zamorano Francisco Somoza realiza el proyecto de la bodega Coral Duero

El arquitecto zamorano Francisco Somoza realiza el proyecto de la bodega Coral Duero

Junto a Lourdes Pedrero ha diseñado un edificio que rememora los tapiales de la zona de El Pego, donde se ubica la firma, que ha sacado su primer vino al mercado

M. B. Los arquitectos zamoranos Francisco Somoza y Lourdes Pedrero han sido los encargados de diseñar el impactante edificio que alberga una de las últimas incorporaciones a la Denominación de Origen Toro, la bodega Coral Duero, ubicada en la localidad de El Pego. La firma, por cierto, acaba de sacar al mercado su primer vino, "Rompesedas", al que da nombre el pago donde tienen la mayor parte de las cerca de 13 hectáreas de viñedo viejo que han adquirido en el pueblo mencionado, además de en La Bóveda de Toro. Con esta iniciativa, la de poner en manos de un profesional de prestigio el proyecto arquitectónico, la sociedad Coral Duero se suma a una corriente muy extendida ya en otras áreas vitivinícolas pero de muy reciente implantación en Toro, la de dedicar una especial atención al diseño del continente de la bodega como reclamo destacado del sello empresarial vinícola. Además, con ello se contribuye no solo a dar un mayor caché a la imagen de sus vinos, sino a la propia zona productora. Este es el primer proyecto de estas características que acomete el conocido arquitecto zamorano y de él habla con verdadera vehemencia. Ambos, Somoza y Pedrero, han optado por un edificio «abstracto, muy contemporáneo», el cual está integrado por un sistema de muros que albergan las diferentes salas de recepción de uvas -seleccionadas a mano-, sala de depósitos, laboratorio, sala de barricas, nave de almacenaje de botellas, la embotelladora y las oficinas, que incluyen sala de catas y reuniónes. El edificio, se 1.231 metros cuadrados, «se presenta en el paisaje como una pieza de gran sencillez, formalmente independiente», cuyos muros de cerramientos están realizados con bloques de termoarcilla y revocados con morteros naturales de color tierra rojiza. Han huido a conciencia del concepto de nave industrial para configurar un inmueble que han concebido como «un artificio con el que recurrimos al recuerdo de las tapias propias de esta zona, de muros superpuestos que, si no fuera por los distintivos, invitan a adivinar que hay dentro». Así, según Somoza, más que integrarse en el paisaje «convive» en él. Según sus explicaciones - pura filosofía arquitectónica-, es un edificio «un tanto incomprensible, porque no se ve una fachada con ventanas y puertas», pero la intención es que «esa imposibilidad de comprensión sea el objeto, ya que desde la incomprensión se produce una mejor convivencia con el paisaje; es decir, parte de la base de que una sombra se funde más en él». Lo han concebido, además, como «una especia de cofre que oculta el tesoro, retomando la idea del vino como elixir al que hay que darle una cobertura hermosa». Algo que no solo ha plasmado en el edificio, sino en la propia etiqueta de la botella, también diseñada por él.El arquitecto tiene claro que la preocupación por el diseño de las bodegas prestigia a la zona. «Lo mejor que tiene Toro es su arquitectura y una mala arquitectura vulgariza una ciudad. Se trata de una simbiosis, la buena arquitectura hace buena a la ciudad y al revés», señala en esta línea. «Que las mejores regiones vinícolas del mundo tienen una arquitectura maravillosa es cosa muy antigua», afirma, pero cree que en Toro «ha habido un olvido en este sentido y ahora las grandes bodegas lo están recordando». La máxima de este argumento es, para Somoza, que «la gente, cuando acude a una bodega, espera encontrarse con un templo». Cree, además, que no hay que seguir unos cánones de diseño marcados por las características geográficas de la zona. Más bien es partidario de que «la caja sorprenda y sea sugerente, porque sí es así, el interés por lo que hay en su interior es casi inmediato». Por lo demás, afirma haberse «divertido mucho» con un proyecto que ha sido coronado de la mejor manera posible, brindando con «un vino estupendo». La fusión entre el arquitecto y la "casa" está así garantizada.Los socios proceden del sector marítimoLa sociedad Coral Duero, propietario de la bodega, se constituyó en el año 2003 y está integrada por cuatro accionistas, procedentes en su mayor parte del sector del transporte marítimo, de ahí la impronta que han dejado en una parte de la nominación de la bodega. «Un coral, además, se parece un poco a una vid», apunta la directora , Paula. La idea partió de dos de los socios, dos hermanos zamoranos «a los que les gustaba el mundo del vino y, sobre todo, personas que tienen mucho amor a su tierra y querían hacer algo para promocionarla», explica.La bodega tiene capacidad para 100.000 botellas y la última ha sido la tercera cosecha recogida, aunque su primer vino acaba de salir al mercado: "Rompesedas", un caldo de alta expresión criado en barricas nuevas de roble, del que se han elaborado 14.400 botellas, bajo la supervisión del enólogo Esteban Sánchez. El fin de la bodega es dedicarse a la producción de vinos de calidad -en un futuro elaborarán también la más alta gama-, y por ello han puesto especial énfasis tanto en la selección de los viñedos adquiridos como en la compra de uvas.
Orígen información: La Opinión de Zamora