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lunes, 30 de enero de 2012

Hay una falsa idea de que los bodegueros nos forramos como los de Falcon Crest

Hay una falsa idea de que los bodegueros nos forramos como los de Falcon Crest

Araceli Servera Oliver. Iba para química y se quedó en la Enología quizá porque en su familia el cultivo de la viña suma trescientos años

 

"¡A mí no me conoce nadie!, ríe Araceli Servera Oliver. Su linaje bodeguero, de Can Ribas, la delata.  B. Ramon

LOURDES DURÁN Se metió en Químicas pero acabó en Enología. Ambas disciplinas académicas le vienen de casta porque el padre de Araceli Servera Oliver es químico y su madre procede de la familia de Can Ribas, cuyas bodegas cumplieron 300 años el año pasado. Quiso rebelarse pero no se atrevió. Cuando su madre y su tía, las dos Oliver dedicadas al mundo del vino, le ofrecieron ser la enóloga de las bodegas –en aquel momento no había la división de empresas que acabaría en Can Ribas en Consell y los Vinos Oliver, en Algaida– ella tenía un plan: volar. Regresó al nido para formar junto a su madre y su hermano el relevo en la bodega más antigua de Mallorca en la que Araceli Servera se encarga de poner nariz, manos en la tierra y "hacer familia", como dice ella. Es, también, la voz, la "relaciones públicas" del negocio familiar. Se ha formado en la Universidad Virgili Rovira y en bodegas de California y Argentina.
En Can Ribas no hay prisa. Cuentan con 20 empleados de los que seis son fijos en las viñas. Proceden de Colombia, Ecuador y Mallorca. "Hace diez años a un mallorquín ni se le hubiera ocurrido trabajar en una viña, no se atrevía a hacer un trabajo que consideraba menor", comenta Servera Oliver. Ahora, hacer vino o ser cocinero está de moda.
Pese a la pujanza del sector, la enóloga matiza tajante: "Hay una falsa idea de que los bodegueros nos forramos como los de la serie Falcon Crest. Desde luego en Mallorca, no es fácil porque nos falta apoyo institucional. ¡Si no hemos podido ni conseguir que pongan un letrero en el aeropuerto que diga que es tierra de vinos. El turista que llega a la isla no tiene ni idea de que aquí se hace vino. ¡Es increíble! A los políticos se les llena la boca al hablar de turismo pero les falta sentido común", añade. Con todo, en Can Ribas ha reinado la independencia casi siempre. "Hubo un momento en que si no pedías una subvención parecías tonto. Ahora tenemos un retraso de dos años y no saben cuando lo recibiremos, pero no estamos desesperados. Somos una empresa familiar que no tenía créditos suscritos. No tenemos deudas".

—¿Parece que el vino es cosa de sagas familiares?
—Antes las familias mallorquinas hacían su vida y punto. Mi legado no son sólo mi madre sino todos los tíos Ribas, mi abuelo Ribas de Cabrera que se casó con una Ribas de Pina. En mi familia los hermanos de mi bisabuela Juana Ribas son los que no arrancaron las viñas después de la filoxera como sí hicieron muchas otras familias en la isla. En Mallorca hubo 30.000 hectáreas de viñas y ahora sólo hay 3.000. Pero hoy en día montar una bodega no es un negocio. El mundo del vino lleva mucho más aparejado que el consumo. Tiene una lado creativo y necesitas tener pasión. El mérito es haber sobrevivido.
—Lo que sí está claro es que aumentan las bodegas. ¿Ha existido también una burbuja del vino en la isla?
—Sí la ha habido pero es como los que tienen un piso en el casco antiguo de Palma que mantienen el precio y los que han tenido que bajar el de su adosado en Consell que hasta hace unos años vendían a precios disparatados. Cuando me preguntan si el vino mallorquín es caro siempre digo lo mismo: según cual sí. La mala fama procede de personas que se han subido al carro.
—¿Me está hablando de que hay una suerte de nuevos ricos en este negocio?
—Están las dos caras de la misma moneda. Están las familias tradicionales y luego está el empresario que ha ganado dinero en otros negocios y decide invertir en vino. Éstos últimos suelen moverse por números, prima la obtención de beneficios.
—¿Y en Can Ribas, qué les caracteriza?
—Ha habido mucho batacazo. Nos centramos en la calidad. No hemos crecido pero hemos afianzado clientes. Son ellos los que hacen el trabajo. Nuestra bodega vende fuera el 70 por cien de su producción y cada año procuramos que pasen por las bodegas, que se queden. Nuestro objetivo es tener un suelo, no enriquecernos. Eso se lo debemos a mi madre. Es su sello. Además cuidamos mucho al trabajador. Es uno más.
—¿Hay buenas relaciones entre las vinateras Oliver, Juana y su madre Maria Antonia?
—Mi tía Juana y mi madre llevaban la bodega. Hubo un momento complicado y se separaron. Mi tía montó el agroturismo y la bodega, y mi madre se quedó con Can Ribas.
—En las bodegas están su madre, usted y su hermano. ¿Trabajar en familia no es un tanto endogámico?
—(Risas). Es difícil y no lo es. Los trabajadores acaban convirtiéndose en hijos y resulta que además la propietaria es tu madre. Intentamos ponernos límites para no hablar de la empresa. Estamos en la décimo tercera generación, aunque en realidad es la tercera. Leí que las empresas familiares sólo sobreviven tres generaciones. No lo creo.
—El mundo del vino ¿es un terreno de hombres?
—En nuestra generación no. Mi madre sí se lo encontró. Tuvo muchos problemas para que la valoraran. A mí no me pasa. A los 18 años yo ya estaba aquí. Ayuda más la edad. Es más complicado ser joven en el mundo del vino que ser mujer. Hace 30 años, estaba controlado por muy poca gente.
—¿La tijera del Govern también les ha podado?
—Cuando haces un proyecto tienes que pensar en hacerlo sin subvenciones porque no se puede depender de ellas. Hace 15 años se pidió al Govern que pusieran un cartel en Son Sant Joan anunciando los vinos de las isla. ¡Los turistas siguen sin saber que aquí producimos caldos! Vas a ferias y es triste ver las imagen que proyectan, con esas fotos. En fin, la promoción la hacemos nosotros mismos.
—¿Se ha resuelto ya el reconocimiento como vino de la tierra el hecho a partir de la uva gargollasa?
—No, sigue siendo vino de mesa. Hemos pedido que la reconozcan como denominación y creemos que el plazo será de un año pero en este tema no ha habido apoyo y ha sido escandaloso. Es frustrante ver la parálisis que hay en las instituciones baleares. Llamamos al ministerio y nos dijeron que el tema estaba paralizado en Mallorca. Yo creo que no es por falta de ganas sino de ignorancia. A menudo depende de que te encuentres con un funcionario eficaz. Es así de aleatorio.
—¿Cuál es su producción y dónde está su mercado?
—Embotellamos 150.000 botellas, y de éstas, el sesenta por cien son de tinto; el 10 por cien, rosado, y el 30 restante, vino blanco. Éste último se queda en Mallorca, y el resto se exporta a Europa, Japón, Puerto Rico, principalmente a países que no producen vino.
—¿El mallorquín aprecia su vino o nos quieren más fuera?
—No nos vendemos por ser vino mallorquín. Se nos vende por ser vino español. El mallorquín no valora su vino. No se enorgullecen de él. Somos más apreciados afuera. Imagino que eso cambiará.
—Ferrer optó en su etiqueta por Miró y Ànima Negra por Barceló. ¿Quién les pinta a ustedes?
—El vino mallorquín cuida mucho su imagen. Ya nos gustaría tener un artista del tipo de Tim Burton que es clásico a la vez que innovador pero por el momento no queremos entrar en el tema de etiquetas de artistas. La del vino Sió la diseñó mi madre. Nuestro producto es 100 por 100 nuestro.
—¿Cómo lleva el pertenecer a una familia ´conocida´ de Palma?
—¡A mí no me conoce nadie! (Risas) En mi generación nadie conoce a nadie, pero sí que es verdad que cuando me miran a los ojos ya saben de dónde vengo. Me dicen que me parezco mucho a mi tía Juana. ¡Será porque las dos somos muy expresivas!

Origen información: Diario de Mallorca

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