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viernes, 3 de febrero de 2012

Jesús Navarro, el embajador del azafrán español

OBITUARIO

Jesús Navarro, el embajador del azafrán español

Jesús Navarro, presidente de Carmencita

Convirtió la firma Carmencita en una de las mayores exportadoras de especias

JUAN CRUZ / MIQUEL ALBEROLA 31/01/2012  
Jesús Navarro olía el azafrán a kilómetros de su casa en Novelda, Alicante. Allí, en este municipio en el que nació en 1928, consolidó la creación de su padre, que se llamaba como él y que creó Carmencita, la empresa que esparció por todo el mundo el azafrán de La Mancha. Y en Novelda, adonde atrajo a artistas e intelectuales para que hablaran del mundo y también de la memoria histórica de este país, murió el domingo a los 83 años.
Su padre aprendió a leer a los 14 años; llevaba detrás, decía él, "una mulita", era un medianero; un día contempló cómo otros comerciaban con el azafrán, y decidió que esa era la industria a la que él debía dedicarse. Para hacerlo fue para lo que aprendió a leer.
Jesús Navarro Valero viene de esa estirpe, y recordando esas circunstancias, que a él lo hicieron el empresario que fue, lo conocí hace unos meses en el despacho que le dejaban su hijo Jesús y los familiares. Desde hace casi 20 años, son ellos quienes llevan adelante esta empresa familiar que nutre de azafrán y otras especias al mundo entero, con una cuota del mercado español del 25%, una facturación de 50 millones de euros y un poderoso logotipo inspirado en su hermana Carmencita, a la que el padre del empresario fallecido tocó con un sombrero andaluz para satisfacer a sus clientes andaluces.
La última creación de Jesús Navarro Valero fue un paellero que él hizo famoso y que te mostraba como si fuera un cuadro o un amuleto. En ese entonces, antes de que se le manifestara el cáncer que terminó con su vida, se paseaba por la sede de Carmencita en Novelda como si ese hábitat (y aquellos olores) fueran parte de su alma, de sus sueños y de algunas de sus pesadillas.
Hablaba con sabor, por decirlo así, pues precisamente del sabor vive la empresa que creó su padre. Ahí empezó a trabajar en 1950, cuando el empaquetado del azafrán todavía se hacía a mano. En ese año diversificó sus productos, ingresó en otras aventuras (el mármol, la uva, el tomate...) y alcanzó una notoriedad que la hizo imprescindible en el sector alimentario español. Desde el punto de vista social, en su pueblo y en la Comunidad Valenciana estuvo ligado a las más diversas instituciones financieras y filantrópicas.
El azafrán fue su obsesión y su meta; estaba muy orgulloso de que los hindúes lo reclamaran para su gastronomía y para sus ritos, pero le daba mucha importancia al hecho de que los árabes (a partir de los ochenta) lo pidieran también para usarlo como sustancia vigorizante... "En el golfo Pérsico, por ejemplo. Ponen casi un gramo en una tetera, le añaden el agua y lo toman para darse vigor... ¿No te parece fantástico?".
Era de esos empresarios que aún hoy identifican a cada uno de sus empleados con el nombre propio; en el espacio ampliado de su empresa ("que mi padre reconocería hoy tan solo por el olor") se paseaba mezclando saludos con memorias compartidas de operarios que a su vez eran hijos de operarios que trabajaron con el fundador... de hecho, era uno de los pocos empresarios que nunca despidió a nadie.
Cuando mecanizó la empresa -un mecánico de coches adaptó al envasado de azafrán una máquina que otro fabricante había retirado por inservible-, amplió el negocio para no dejar en la calle a ningún trabajador y se lanzó a la exportación. Jesús, su hijo y sucesor, mantiene esa misma filosofía.
Sobre la razón del éxito de su padre, que heredaron él y sus sucesores actuales, me explicó Jesús Navarro: "Un día le pregunté a mi padre qué había hecho para vender más azafrán y convertirse en el principal exportador del producto. '¿Cómo se te ocurrió?', le dije. Él empezó a mirar de un sitio para otro, como intentando comprobar que no nos oía nadie, y me respondió: '¡Y yo qué collons sé!". Cuando le vi en el espacio que más quería le pregunté, ante el vigor que desplegaba, si no sería el azafrán lo que le mantenía así... Entonces volvió a acordarse del padre, y exclamó: "¡Y yo qué collons sé!".
Era un hombre "muy feliz", me dijo... "Mi padre era como un torrente, yo no lo he sido. Mi mayor valía son mi mujer, mis hijos, mis sobrinos... Y estoy en Novelda, esta es mi vida".

Orígen información: El País

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