Blog para expertos: LA TRISTE HISTORIA DE LA ETIQUETA ESPAÑOLA (I)


Tres cuartos de lo mismo sucede con las botellas. Un alto directivo de una multinacional del vidrio me comentaba que las bodegas españolas son las que más demandan diseños raros de envases. Tanta rareza en los lineales de los supermercados genera confusión y acaban por no identificar al vino. Hay un afán de escapar de la botella bordelesa que se diseñó industrialmente en forma de cilindro para poder almacenarla horizontalmente y no para otra cosa. Muchos bodegueros suspiran por envases con culos estrechos y hombros anchos, cuellos sin gollete de difícil utilización del sacacorchos y pesadísimas botellas borgoñonas con un vidrio tan oscuro que impide saber si su contenido es blanco o tinto. Somos el país de la desmesura. Pasamos de hacer las peores etiquetas del mundo hasta los años 90, a los diseños actuales más pretenciosos y ambiguos.
EL BARROQUISMO DE LOS AÑOS SESENTA
En los años Setenta del pasado siglo abundaban las etiquetas un tanto barrocas con alusiones góticas. Algunas con fondo de pergamino coronado por un escudo de armas con blasones -muchas veces inventado- de sombrío origen. Los colores sepia y amarronados campaban por sus respetos. En aquellos años también se pusieron de moda las etiquetas con banda cruzada siguiendo el modelo del “banda azul” del tinto Paternina, vino que en aquellos años se hallaba entre las cuatro marcas más prestigiosas de la Rioja. A comienzos de la década siguiente, aparecieron imitaciones del etiquetaje francés, con la típica ilustración gráfica del caserón de la finca rodeado de viñedo –que no existía- a modo de château bordelés. En cuanto al envase y al tapón, el panorama era más aldeano pues se confundía la botella tipo bordelesa que era más alta y esbelta con otra más corta y barata que se vendía en grandes volúmenes y, para mas inri, producida por el monopolio francés de fabricantes de botellas. Siguiendo con el racanerismo de costes, se impuso un tapón de 40 cms. de longitud, frente a los 55 de las botellas francesas. La adherencia de las etiquetas era deplorable y era corriente que el papel tuviera los bordes separados o abombados. Era el resultado de unas máquinas etiquetadoras que, en muchos casos se sobreexplotaban, utilizándose colas adherentes no apropiadas. Sin embargo, en los años finales del siglo XIX y durante el primer tercio del XX, cuando los vinos se embotellaban en los puntos de destino en las delegaciones de las bodegas en Madrid, Bilbao o Barcelona, la apariencia de las botellas era mucho mejor pues se envasaba y etiquetaba a mano. Era un alarde de artesanía rematado con un encapsulado con lacre.
En los Ochenta fueron los catalanes los primeros en adoptar el modelo europeo aunque sin un estilo determinado. Los cavas y los tintos que hasta esta década dominaban el mercado catalán, dieron paso a un gran número de nuevas marcas de blancos con mejor empaque. Sin embargo, las autoridades autonómicas “invitaron” a traducir al catalán algunas de las etiquetas ya consolidadas y “obligaron” a las nuevas a incluir texto en este idioma y la utilización de vocablos con apóstrofes de difícil lectura para el consumidor universal. Todo al revés, en vez de buscar caminos fáciles para la exportación, se inició una carrera de reivindicación política de la lengua catalana que solo sirvió para aumentar, solo ligeramente, el consumo en Cataluña y bajar en el resto de España.
RACANERISMO AL DISEÑO
En estos años, gran parte de la producción y diseño del etiquetaje nacional nacía de las imprentas riojanas especializadas en este capítulo adoptando un mismo patrón para todos sus clientes. El único alarde artístico consistía en retocar manualmente o infográficamente alguna foto de las fachadas de las propias bodegas. Después nació un verdadero furor en dar un cambio al etiquetaje por facilitar un nuevo aire de modernidad a las marcas pero siempre con el apunte y retoque impuesto por el cliente. Las bodegas más potentes se ponían en manos de diseñadores británicos y neoyorquinos cuyos trabajos

LA ABSURDA MODA DE LO VERTICAL
La gran “contaminación” del etiquetaje del vino español vino de la mano de las etiquetas

Cuando uno viaja al extranjero y contempla nuestras botellas en las estanterías de las tiendas junto a las italianas francesas e incluso las del Nuevo mundo, vemos que quedan empequeñecidas por la claridad, limpieza, armonía y sencillez de las extranjeras. Nombres escuetos, sólidos, sin balanceo ni una letra más grande que la otra. Un panorama desolador que viene a alimentar otro mal del vino español: la comercialización.
En el próximo capítulo expondré algunos ejemplos de lo que se diseña en este país y unos consejos para crear la etiqueta ideal.
Origen información: El blog de José Peñín
Nota de redacción: ver las reacciones suscitadas en Cataluña en Nació Digital
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