Vino en peligro de extinción
Un proyecto de investigación en La Rioja elabora un gran atlas genético sobre las 76 variedades existentes con el fin de proteger a las minoritarias
Se han analizado más de 700 viñedos y se han encontrado dos especies nuevas
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Pedro Balda, autor de la tesis sobre los vinos de La Rioja y Fernando Martínez de Toda, director de la tesis. Han descubierto dos nuevas variedades de vid. / Nacho Torra |
Andrés García de la Riva
Este visionario de la ciencia aplicada al vino tuvo claro que en unos años todo cambiaría y por ello era imprescindible anticiparse. “Aquella era la época de Rodríguez de la Fuente, cuando la gente se empezaba a concienciar de la necesidad de conservar las especies naturales. Nosotros fuimos los primeros en aplicarlo al campo de la vid y sin nuestro trabajo seguro que muchas variedades hubieran desaparecido. También ha sido un reconocimiento a nuestros antepasados, ya que nuestras cepas son la herencia cultural de muchas generaciones de agricultores”. Afortunadamente, a este investigador le hicieron caso en su tierra y la DOCa Rioja fue la única denominación del mundo que no amparó variedades tintas extranjeras. Además, desde 2007 se permite el cultivo de cuatro variedades recuperadas por Martínez de Toda y su equipo. “Es la primera vez en la historia de la viticultura mundial que una denominación de origen ampara el cultivo de variedades procedentes de una investigación”. De ellas, la maturana tinta la cultivan siete bodegas en 100 hectáreas. “Hace años tenía unos sabores muy herbáceos y no gustaba, pero con los cambios climáticos se ha convertido en una variedad muy buena, que tiene mucho color y produce vinos muy redondos”.
Y es que, como Martínez de Toda vaticinó, tres décadas después el gusto de los consumidores ha cambiado y se han puesto de moda caldos con menor grado y mayor acidez, que se traduce en un aroma intenso y taninos maduros. Pero la viña depende del clima, que tiende a un descenso de las precipitaciones y a un incremento de la temperatura que cada vez provocan mayor desfase entre la madurez en el contenido en azúcares, responsable del grado, más temprana, y la madurez de aromas y polifenoles, más tardía. Ahora se vendimia antes, entre una y dos semanas de media, dependiendo de las zonas. Y en este panorama se hacen imprescindibles proyectos como el de Martínez de Toda, que permite el estudio del material genético para adaptar la vid a las necesidades del mercado y del clima.
Orígen información: El País
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