martes, 29 de diciembre de 2009
Marimar Torres: “Soy la prueba más clara de que se puede sobrevivir sin Parker”
Marimar Torres: “Soy la prueba más clara de que se puede sobrevivir sin Parker”
Amaya Cervera
Fundadora y alma máter de la bodega más lejana del gran conglomerado que es el grupo Torres, aprovechamos su paso por Europa para preguntarle cómo se ven las cosas desde el otro lado del Atlántico y catar con ella sus vinos californianos. La gama se ha ampliado significativamente en los últimos tiempos, en especial con una variada selección de tintos de pinot noir, la nueva uva de moda sin apenas representación en el viñedo español.
Miguel Torres es de las pocas bodegas que puede presumir de elaborar un pinot noir en España. Es probable que Mas Borras, uno de los vinos de finca de su gama alta, se conozca más por llevar el nombre de esta legendaria familia en la etiqueta que por el gancho que pueda tener la variedad para un consumidor nacional poco iniciado en los sutiles y complejos conceptos de Borgoña de donde procede esta uva.
Pero a varios miles de kilómetros de distancia, en la fresca región californiana de Russian River Valley, decir pinot noir es casi como hablar de tempranillo en Rioja. La cercanía del océano hace que de junio a agosto el viñedo se cubra de nieblas matutinas que la fuerza del sol no consigue despejar hasta mediodía: una receta perfecta para ralentizar la maduración y conservar vivos los sugerentes aromas de esta delicada uva.
Apenas 15 kilómetros separan el mar de Marimar Estate. La bodega se alza en lo alto de una colina, en la subzona conocida como Green Valley, una de las más expuestas a la influencia refrescante del Pacífico. En este escenario, que cuenta con algo más de 12 hectáreas de esta uva tinta y otro tanto de chardonnay, discurre desde finales de los ochenta la vida de la única mujer de la cuarta generación de los Torres bodegueros.
Mientras su hermano Miguel A. Torres se formaba enológicamente y esperaba largamente el momento de tomar las riendas del negocio familiar que hoy preside, Marimar estudiaba idiomas y comenzaba a viajar al extranjero de la mano de su padre. En 1975 fijó su residencia en Estados Unidos y empezó a trabajarse el difícil mercado americano consiguiendo incrementar, en un periodo de 10 años, las ventas de los vinos de la familia de 15.000 a 150.000 cajas.
Cómo existir sin Parker y la lucha entre el Viejo y el Nuevo Mundo
Activa, comunicativa y vital, en los numerosos reportajes que se han publicado sobre ella en prensa nacional y extranjera da la imagen de la mujer hecha a sí misma (self-made-woman) que en una España pendiente de vivir toda una revolución social y cultural buscó horizontes más abiertos para crecer profesional y personalmente.
Quizás la consigna de su periplo haya sido la de vivir el vino por los “cuatro costados” incluyendo un breve matrimonio con el prestigioso crítico californiano Robert Finigan, gran rival de Rober Parker en los años setenta con su Robert Finigan’s Private Guide to Wines. “Tenía un sistema de calificación –recuerda Marimar– que agrupaba a los vinos en outstanding (sobresaliente), above average (por encima de la media), average (medio) y well below average (muy por debajo de la media)”.
Paradojas de la vida, los vinos de Marimar Estate no han aparecido salvo alguna contada excepción en el influyente The Wine Advocate del todopoderoso crítico de Baltimore. “En Estados Unidos –explica Marimar– la prensa tiene una influencia desmesurada y se reduce prácticamente a dos colosos como son Robert Parker, cuya gran aportación ha sido la utilización del sistema de puntuación sobre 100, y el Wine Spectator. Pero muchas veces –se lamenta– las etiquetas que obtienen altas puntuaciones no son vinos de guarda”. Y concluye con humor y resignación: “Así que soy la prueba más clara y evidente de que se puede sobrevivir sin Parker”.
Quizás sus vinos resulten un tanto europeos en Estados Unidos, donde la potencia todavía es un argumento de peso. Aunque Marimar también es consciente de que en Europa se ven californianos y al estilo del Nuevo Mundo.
¿Se percibe también desde el otro lado del Atlántico y con la misma intensidad ese choque Viejo-Nuevo Mundo?, le preguntamos. Marimar contesta sin pelos en la lengua: “El Nuevo Mundo está ganando terreno sin piedad. Desde Estados Unidos se ve a Europa complaciente y mirándose el ombligo. Y las cifras cantan. Las exportaciones de vinos europeos a EE.UU. están cayendo y países como Australia, Chile o Nueva Zelanda van ganando terreno”.
Y añade: “Las leyes europeas son retrógradas. Estados Unidos es el mercado del capitalismo y la calidad surge del juego de la oferta y la demanda. Allí no se riega para obtener enormes producciones, sino para mejorar la calidad. En nuestros viñedos, por ejemplo, estamos experimentando con albariño, tempranillo y syrah. Pero con el único objetivo de mejorar. Es estúpido no poder experimentar con las variedades que uno desee”.
Un viñedo de uvas borgoñonas
En su origen y concepción, Marimar Estate es una bodega con la vista puesta en Borgoña (una de las pocas regiones del mundo, por cierto, capaz de dar simultáneamente grandes blancos y tintos) ya que trabaja con sus dos uvas fundamentales: la blanca chardonnay y la tinta pinot noir.
En el diseño del viñedo Don Miguel, bautizado así en honor a su padre, intervino muy directamente su hermano Miguel A. Torres. Se realizó a partir de 1986 de acuerdo con parámetros europeos, reproduciendo las orientaciones tradicionales de los viñedos de Borgoña y utilizando una alta densidad de plantación “a la europea”.
Posteriormente, los años de trabajo sobre el terreno y el mejor conocimiento de los viñedos de Green Valley han llevado a cambios de cierta trascendencia, en especial la conversión del viñedo a las prácticas orgánicas, hoy totalmente certificadas por un organismo acreditado.
Con el pragmatismo que la caracteriza y su discurso directo en el que reconoce abiertamente las dificultades, Marimar cuenta que “empezamos a trabajar en el cultivo orgánico con las cepas del clon “Cristina” porque era una parcela que tenía problemas. Posteriormente, gracias al cultivo orgánico hemos descubierto parcelas con gran personalidad y capacidad para dar vinos por sí mismas”.
Y eso ha hecho cambiar las cosas en una bodega aferrada desde su fundación a la elaboración de un único blanco (a partir de chardonnay) y un único tinto (de pinot noir). “Estaba un poco cerrada –confiesa Marimar– a aumentar la gama porque tenía la idea tradicional de que de cada viña había que hacer un vino y así además le facilitábamos la vida al consumidor. Pero nos dimos cuenta de que existen distintas expresiones de la misma viña. Es más divertido, interesante y todo un reto expresar la fruta en distintas formas”.
Familia, terremotos y piedra
Si en los blancos se ha ampliado la gama por la vía de practicar distintas elaboraciones (además del habitual chardonnay fermentado en barrica, uno sin roble llamado “Acero” tal cual suena en español y otro con una especial insistencia en el trabajo con las lías, el “Dobles Lías”), los tintos son fruto de un conocimiento más profundo del viñedo. Y aunque tienen una incidencia ínfima en cuanto a volumen de producción constituyen un más que interesante recorrido en la copa.
Todos los que catamos pertenecen a la cosecha 2004. El llamado Stony Block, por la parcela pedregosa de la que procede, es muy aromático y perfumado tanto en nariz como en boca, con notas mentoladas, a cedro y un ligero fondo terroso. Un pinot noir de agradable dimensión aromática y del que se elaboran poco más de 800 botellas.
Con una personalidad especialmente marcada, el Earthquake Block parece hacer honor a su historia. Procede de una parcela en ladera que, pocos días antes de ser plantada, sufrió las devastadoras consecuencias de una fuerte tormenta que dio lugar a un pequeño barranco. Desde entonces, pasaría a ser conocida como al parcela del “terremoto”. Hay poco más de 1.200 botellas de este tinto más concentrado, con notas de fruta negra, trufa y un ligero recuerdo animal. Destaca por su intensidad de sabores y final marcadamente mineral.
Con más disponibilidad (casi 5.000 botellas) y precio algo más elevado, el Cristina, que lleva el nombre de la hija de Marimar, se corresponde con una selección de barricas entre aquellas que se considera tienen un mayor potencial de envejecimiento. Quizás por eso es el que menos da la cara, aún cerrado y “oscuro” (se intuye fruta negra, betún y tierra húmeda) y destaca por su mayor potencia y concentración en boca, con los taninos aún presentes.
Hay además un nuevo “proyecto pinot noir” fuera de los límites de Green Valley, en una zona aún más cercana al mar que, a la espera de limitaciones geográficas más específicas, se comercializa como Sonoma Coast. El viñedo, de casi cinco hectáreas, se conoce como Doña Margarita en honor a la madre de Marimar y se cultiva también de forma orgánica. La plantación se inició en 2002, de modo que las cepas son mucho más jóvenes y la cosecha que catamos, 2004, es la primera que se ha elaborado. Nos pareció más especiado que los demás (pimienta), con notas de salazón y mentolados en nariz y potente, terroso y aún algo tánico en boca. La producción no llega a las 9.000 botellas.
La pinot noir, de moda
Quién hubiera dicho hace unos años que la variedad tinta más delicada y difícil de cultivar y aclimatar fuera de su Borgoña natal fuera a convertirse en la siguiente tendencia de “moda” después de años de reinado de las más viriles cabernet y merlot. El descubrimiento de regiones vinícolas más frescas en distintos lugares del mundo capaces de obtener una expresión más nítida y característica han influido en ello (Washington y Oregon en Estados Unidos junto a las zonas más frías de California como el propio Russian River Valley, Nueva Zelanda de forma muy especial y, últimamente, también Chile), aunque quizás no tanto como una película que consiguió ser finalista en al carrera de los Óscars: Sideways. De eso hace ya más de dos años, pero la demanda se mantiene.
Los pinot noirs de Marimar Estate encajan desde luego en el perfil varietal de la noble uva borgoñona. Probablemente, el gran mérito es conseguir el equilibrio en una zona en la que el grado alcohólico es naturalmente más elevado. Todos los tintos que catamos superaban los 14% vol. y Marimar asegura que ésa es la norma en California: “Lo más importante es recoger la uva en el momento óptimo de madurez. Y tenemos que esperar mucho a que nos lleguen los sabores. Para cuando lo conseguimos, el grado alcohólico es evidentemente más elevado”.
La etiqueta más básica y “veterana” de la firma, el Don Miguel Vineyard constituye una perfecta introducción a la variedad. Con una disponibilidad mayor, pero aún muy limitada teniendo en cuenta las pequeñas dimensiones de la bodega (algo más de 30.000 botellas), la cosecha 2004 se acercaba más a una pinot delicada y versátil. Granate de media capa, aromático, con notas de frutilla roja y balsámicos, era sabroso y untuoso en boca, equilibrado, aromático y con una agradable nota tostada en final.
En la cosecha 2002 que también pudimos catar, comprobamos la favorable evolución de botella hacia una mayor complejidad aromática.
Por si los efectos de Sideways llegaran a España, una de las grandes ventajas de los vinos de Marimar Estate es la apabullante claridad de unas etiquetas nada líosas y muy informativas: la añada, la bodega, el nombre del viñedo, la variedad, la zona, la parcela si procede y las nociones de vino de finca y embotellado en la propiedad.
La propia Marimar se moja todo lo que puede para contar sus vinos en vivo y en directo. El agitado programa de su estancia europea de este verano (Consejo de Administración, reunión de las Primum Familiae Vinum, visitas familiares…) incluyó una barbacoa del “4 de julio” con los miembros del “Círculo Marimar”, una especie de club de socios y amigos.
Ahora que su Marimar Estate parece más exciting que nunca, como dirían los anglosajones, ella está muy lejos de relajarse. Ha empezado a experimentar la biodinámica en su viñedo para salvar a otra parcela “en apuros” y aunque se muestra algo escéptica respecto algunos de sus presupuestos (como por ejemplo embotellar el vino cuando lo digan los planetas y no la lógica de la experiencia), no dudamos de que sería capaz de hacer toda su propiedad biodinámica si de esta forma pudiera alcanzar una calidad superior.
Para una mujer multilingüe que gestiona una bodega, que tiene varios libros de cocina en su haber y que es capaz de protagonizar un reportaje de glamour en el Hola para acto seguido volver a ensimismarse en su viñedo, los retos forman parte de su rutina. Y ahora tiene uno entre manos: convencer al consumidor español que el desconocido “estilo pinot noir” es algo que merece la pena descubrir.
Orígen información: Círculo. Club del Vino
Amaya Cervera
Fundadora y alma máter de la bodega más lejana del gran conglomerado que es el grupo Torres, aprovechamos su paso por Europa para preguntarle cómo se ven las cosas desde el otro lado del Atlántico y catar con ella sus vinos californianos. La gama se ha ampliado significativamente en los últimos tiempos, en especial con una variada selección de tintos de pinot noir, la nueva uva de moda sin apenas representación en el viñedo español.
Miguel Torres es de las pocas bodegas que puede presumir de elaborar un pinot noir en España. Es probable que Mas Borras, uno de los vinos de finca de su gama alta, se conozca más por llevar el nombre de esta legendaria familia en la etiqueta que por el gancho que pueda tener la variedad para un consumidor nacional poco iniciado en los sutiles y complejos conceptos de Borgoña de donde procede esta uva.
Pero a varios miles de kilómetros de distancia, en la fresca región californiana de Russian River Valley, decir pinot noir es casi como hablar de tempranillo en Rioja. La cercanía del océano hace que de junio a agosto el viñedo se cubra de nieblas matutinas que la fuerza del sol no consigue despejar hasta mediodía: una receta perfecta para ralentizar la maduración y conservar vivos los sugerentes aromas de esta delicada uva.
Apenas 15 kilómetros separan el mar de Marimar Estate. La bodega se alza en lo alto de una colina, en la subzona conocida como Green Valley, una de las más expuestas a la influencia refrescante del Pacífico. En este escenario, que cuenta con algo más de 12 hectáreas de esta uva tinta y otro tanto de chardonnay, discurre desde finales de los ochenta la vida de la única mujer de la cuarta generación de los Torres bodegueros.
Mientras su hermano Miguel A. Torres se formaba enológicamente y esperaba largamente el momento de tomar las riendas del negocio familiar que hoy preside, Marimar estudiaba idiomas y comenzaba a viajar al extranjero de la mano de su padre. En 1975 fijó su residencia en Estados Unidos y empezó a trabajarse el difícil mercado americano consiguiendo incrementar, en un periodo de 10 años, las ventas de los vinos de la familia de 15.000 a 150.000 cajas.
Cómo existir sin Parker y la lucha entre el Viejo y el Nuevo Mundo
Activa, comunicativa y vital, en los numerosos reportajes que se han publicado sobre ella en prensa nacional y extranjera da la imagen de la mujer hecha a sí misma (self-made-woman) que en una España pendiente de vivir toda una revolución social y cultural buscó horizontes más abiertos para crecer profesional y personalmente.
Quizás la consigna de su periplo haya sido la de vivir el vino por los “cuatro costados” incluyendo un breve matrimonio con el prestigioso crítico californiano Robert Finigan, gran rival de Rober Parker en los años setenta con su Robert Finigan’s Private Guide to Wines. “Tenía un sistema de calificación –recuerda Marimar– que agrupaba a los vinos en outstanding (sobresaliente), above average (por encima de la media), average (medio) y well below average (muy por debajo de la media)”.
Paradojas de la vida, los vinos de Marimar Estate no han aparecido salvo alguna contada excepción en el influyente The Wine Advocate del todopoderoso crítico de Baltimore. “En Estados Unidos –explica Marimar– la prensa tiene una influencia desmesurada y se reduce prácticamente a dos colosos como son Robert Parker, cuya gran aportación ha sido la utilización del sistema de puntuación sobre 100, y el Wine Spectator. Pero muchas veces –se lamenta– las etiquetas que obtienen altas puntuaciones no son vinos de guarda”. Y concluye con humor y resignación: “Así que soy la prueba más clara y evidente de que se puede sobrevivir sin Parker”.
Quizás sus vinos resulten un tanto europeos en Estados Unidos, donde la potencia todavía es un argumento de peso. Aunque Marimar también es consciente de que en Europa se ven californianos y al estilo del Nuevo Mundo.
¿Se percibe también desde el otro lado del Atlántico y con la misma intensidad ese choque Viejo-Nuevo Mundo?, le preguntamos. Marimar contesta sin pelos en la lengua: “El Nuevo Mundo está ganando terreno sin piedad. Desde Estados Unidos se ve a Europa complaciente y mirándose el ombligo. Y las cifras cantan. Las exportaciones de vinos europeos a EE.UU. están cayendo y países como Australia, Chile o Nueva Zelanda van ganando terreno”.
Y añade: “Las leyes europeas son retrógradas. Estados Unidos es el mercado del capitalismo y la calidad surge del juego de la oferta y la demanda. Allí no se riega para obtener enormes producciones, sino para mejorar la calidad. En nuestros viñedos, por ejemplo, estamos experimentando con albariño, tempranillo y syrah. Pero con el único objetivo de mejorar. Es estúpido no poder experimentar con las variedades que uno desee”.
Un viñedo de uvas borgoñonas
En su origen y concepción, Marimar Estate es una bodega con la vista puesta en Borgoña (una de las pocas regiones del mundo, por cierto, capaz de dar simultáneamente grandes blancos y tintos) ya que trabaja con sus dos uvas fundamentales: la blanca chardonnay y la tinta pinot noir.
En el diseño del viñedo Don Miguel, bautizado así en honor a su padre, intervino muy directamente su hermano Miguel A. Torres. Se realizó a partir de 1986 de acuerdo con parámetros europeos, reproduciendo las orientaciones tradicionales de los viñedos de Borgoña y utilizando una alta densidad de plantación “a la europea”.
Posteriormente, los años de trabajo sobre el terreno y el mejor conocimiento de los viñedos de Green Valley han llevado a cambios de cierta trascendencia, en especial la conversión del viñedo a las prácticas orgánicas, hoy totalmente certificadas por un organismo acreditado.
Con el pragmatismo que la caracteriza y su discurso directo en el que reconoce abiertamente las dificultades, Marimar cuenta que “empezamos a trabajar en el cultivo orgánico con las cepas del clon “Cristina” porque era una parcela que tenía problemas. Posteriormente, gracias al cultivo orgánico hemos descubierto parcelas con gran personalidad y capacidad para dar vinos por sí mismas”.
Y eso ha hecho cambiar las cosas en una bodega aferrada desde su fundación a la elaboración de un único blanco (a partir de chardonnay) y un único tinto (de pinot noir). “Estaba un poco cerrada –confiesa Marimar– a aumentar la gama porque tenía la idea tradicional de que de cada viña había que hacer un vino y así además le facilitábamos la vida al consumidor. Pero nos dimos cuenta de que existen distintas expresiones de la misma viña. Es más divertido, interesante y todo un reto expresar la fruta en distintas formas”.
Familia, terremotos y piedra
Si en los blancos se ha ampliado la gama por la vía de practicar distintas elaboraciones (además del habitual chardonnay fermentado en barrica, uno sin roble llamado “Acero” tal cual suena en español y otro con una especial insistencia en el trabajo con las lías, el “Dobles Lías”), los tintos son fruto de un conocimiento más profundo del viñedo. Y aunque tienen una incidencia ínfima en cuanto a volumen de producción constituyen un más que interesante recorrido en la copa.
Todos los que catamos pertenecen a la cosecha 2004. El llamado Stony Block, por la parcela pedregosa de la que procede, es muy aromático y perfumado tanto en nariz como en boca, con notas mentoladas, a cedro y un ligero fondo terroso. Un pinot noir de agradable dimensión aromática y del que se elaboran poco más de 800 botellas.
Con una personalidad especialmente marcada, el Earthquake Block parece hacer honor a su historia. Procede de una parcela en ladera que, pocos días antes de ser plantada, sufrió las devastadoras consecuencias de una fuerte tormenta que dio lugar a un pequeño barranco. Desde entonces, pasaría a ser conocida como al parcela del “terremoto”. Hay poco más de 1.200 botellas de este tinto más concentrado, con notas de fruta negra, trufa y un ligero recuerdo animal. Destaca por su intensidad de sabores y final marcadamente mineral.
Con más disponibilidad (casi 5.000 botellas) y precio algo más elevado, el Cristina, que lleva el nombre de la hija de Marimar, se corresponde con una selección de barricas entre aquellas que se considera tienen un mayor potencial de envejecimiento. Quizás por eso es el que menos da la cara, aún cerrado y “oscuro” (se intuye fruta negra, betún y tierra húmeda) y destaca por su mayor potencia y concentración en boca, con los taninos aún presentes.
Hay además un nuevo “proyecto pinot noir” fuera de los límites de Green Valley, en una zona aún más cercana al mar que, a la espera de limitaciones geográficas más específicas, se comercializa como Sonoma Coast. El viñedo, de casi cinco hectáreas, se conoce como Doña Margarita en honor a la madre de Marimar y se cultiva también de forma orgánica. La plantación se inició en 2002, de modo que las cepas son mucho más jóvenes y la cosecha que catamos, 2004, es la primera que se ha elaborado. Nos pareció más especiado que los demás (pimienta), con notas de salazón y mentolados en nariz y potente, terroso y aún algo tánico en boca. La producción no llega a las 9.000 botellas.
La pinot noir, de moda
Quién hubiera dicho hace unos años que la variedad tinta más delicada y difícil de cultivar y aclimatar fuera de su Borgoña natal fuera a convertirse en la siguiente tendencia de “moda” después de años de reinado de las más viriles cabernet y merlot. El descubrimiento de regiones vinícolas más frescas en distintos lugares del mundo capaces de obtener una expresión más nítida y característica han influido en ello (Washington y Oregon en Estados Unidos junto a las zonas más frías de California como el propio Russian River Valley, Nueva Zelanda de forma muy especial y, últimamente, también Chile), aunque quizás no tanto como una película que consiguió ser finalista en al carrera de los Óscars: Sideways. De eso hace ya más de dos años, pero la demanda se mantiene.
Los pinot noirs de Marimar Estate encajan desde luego en el perfil varietal de la noble uva borgoñona. Probablemente, el gran mérito es conseguir el equilibrio en una zona en la que el grado alcohólico es naturalmente más elevado. Todos los tintos que catamos superaban los 14% vol. y Marimar asegura que ésa es la norma en California: “Lo más importante es recoger la uva en el momento óptimo de madurez. Y tenemos que esperar mucho a que nos lleguen los sabores. Para cuando lo conseguimos, el grado alcohólico es evidentemente más elevado”.
La etiqueta más básica y “veterana” de la firma, el Don Miguel Vineyard constituye una perfecta introducción a la variedad. Con una disponibilidad mayor, pero aún muy limitada teniendo en cuenta las pequeñas dimensiones de la bodega (algo más de 30.000 botellas), la cosecha 2004 se acercaba más a una pinot delicada y versátil. Granate de media capa, aromático, con notas de frutilla roja y balsámicos, era sabroso y untuoso en boca, equilibrado, aromático y con una agradable nota tostada en final.
En la cosecha 2002 que también pudimos catar, comprobamos la favorable evolución de botella hacia una mayor complejidad aromática.
Por si los efectos de Sideways llegaran a España, una de las grandes ventajas de los vinos de Marimar Estate es la apabullante claridad de unas etiquetas nada líosas y muy informativas: la añada, la bodega, el nombre del viñedo, la variedad, la zona, la parcela si procede y las nociones de vino de finca y embotellado en la propiedad.
La propia Marimar se moja todo lo que puede para contar sus vinos en vivo y en directo. El agitado programa de su estancia europea de este verano (Consejo de Administración, reunión de las Primum Familiae Vinum, visitas familiares…) incluyó una barbacoa del “4 de julio” con los miembros del “Círculo Marimar”, una especie de club de socios y amigos.
Ahora que su Marimar Estate parece más exciting que nunca, como dirían los anglosajones, ella está muy lejos de relajarse. Ha empezado a experimentar la biodinámica en su viñedo para salvar a otra parcela “en apuros” y aunque se muestra algo escéptica respecto algunos de sus presupuestos (como por ejemplo embotellar el vino cuando lo digan los planetas y no la lógica de la experiencia), no dudamos de que sería capaz de hacer toda su propiedad biodinámica si de esta forma pudiera alcanzar una calidad superior.
Para una mujer multilingüe que gestiona una bodega, que tiene varios libros de cocina en su haber y que es capaz de protagonizar un reportaje de glamour en el Hola para acto seguido volver a ensimismarse en su viñedo, los retos forman parte de su rutina. Y ahora tiene uno entre manos: convencer al consumidor español que el desconocido “estilo pinot noir” es algo que merece la pena descubrir.
Orígen información: Círculo. Club del Vino
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