Texto de Marta Rodríguez Bosch
09/01/2011
Etiquetas con ilustraciones insólitas, fotografías llamativas, juegos tipográficos o nombres curiosos intentan singularizar y hacer destacar los vinos para seducir a un mercado donde abundan las nuevas marcas
En la última década, la movida del vino en España ha sido importante y se ha convertido en el segundo exportador del mundo, con más de 70 D.O. distintas. Se han creado innumerables nuevas bodegas, algunas muy pequeñas, impulsadas por una joven generación de enólogos bien formados y dispuestos a mucho. Se han rescatado antiguas cepas, se han plantado variedades en lugares que tradicionalmente les son ajenas y se han recuperado laderas abandonadas y zonas vitivinícolas. También hay quienes apuestan por el vino ecológico o la agricultura biodinámica. Y familias bodegueras con solera han creado nuevas marcas y negocios en otras D.O. Los vinos de España han alcanzado el merecido reconocimiento internacional. En este dinámico escenario, la etiqueta, cuya misión es identificar y distinguir el producto, informar y persuadir, necesita más que nunca destacarse.
Fantasía adulta. Spanish Whine Guerrilla. Vintae. Rioja. Diseño de Moruba. Insólita serie que refleja la revolución que suponen ocho vinos blancos de variedades cultivadas por primera vez en La Rioja. Buen humor en las ilustraciones de Brosmind Studio.
El vino además de ser bueno ha de parecerlo. Como casi todo en esta vida, el envoltorio es fundamental. En los vinos muy caros, una parte de la imagen la da el precio. En las bodegas con mucha tradición, el nombre del bodeguero sigue pesando. Pero en los caldos de menor coste, en los vinos de nuevos viticultores o distribuidores, una etiqueta sugerente, acorde con los tiempos, hoy es fundamental.
Numerología. Numbernine. Winery Arts. Ribera de Queiles. Diseño de Moruba. Partiendo del número nueve, considerado cifra del saber supremo, la gráfica se desmarca de las habituales del sector, en consonancia con esta nueva bodega, que busca la originalidad y la creatividad.
Otro de sus clientes, Álvaro Palacios, desde el principio era consciente de lo fundamental de la imagen. Incluso le agradó tanto la etiqueta de Bas para La Vendimia que retocó el vino para modernizarlo y que casara mejor con ella. La gran G blanca del Gago, que ocupa todo el espacio de la etiqueta, es otro hito de la última década. Sus creadores, el estudio de Fernando Gutiérrez, en sus trabajos para la Compañía de Vinos de Telmo Rodríguez siguen apostando por representaciones rotundas.
1-Le películaPredicador. Bodega Contador. Rioja. Diseño de Benjamín Romeo. El sombrero –de una película de Clint Eastwood– evoca los justicieros de los western para expresar la excelente relación calidad-precio.
2- La cepa La Vendimia. Bodega Palacios Remondo. Rioja. Diseño de Xavier Bas. La cepa se convierte en una red de comunicaciones asociada a un vino para disfrutar en compañía.
3- Los raros Osadía. Rara de Raro. Ribera del Duero. Diseño de Marta Botas. Un proyecto muy personal que cree en lo artesanal, la libertad y el cariño, en las antípodas de los análisis de mercado. Aboga por beber vino sin remilgos y, por qué no, en vasos de duralex.
El western ha inspirado la etiqueta de Predicador, ideada por el propio enólogo Benjamín Romeo, autor de todas las etiquetas de su bodega. “Esta responde –explica con excelente buen humor– a que es mi vino más justiciero, con muy buena relación precio-calidad. Detrás de cada etiqueta hay una historia real que tiene que ver con mi manera de hacer, de pensar y con lo que me rodea. La etiqueta debe tener un alma y eso se lo da. Desde que empecé este proyecto, decidí ir a la viña, cultivarla de forma personal, y que la puesta en escena también fuera de cosecha propia”.
En esta revolución gráfica, la tradición o exquisitez de un caldo en ocasiones se expresa a partir de imágenes de raíz más delicada o femenina. Bordados y labores, flores o un nombre conectan con un nuevo universo del vino que ha dejado de ser cosa de hombres y donde las mujeres participan en la bodega como enólogas, en la comercialización y como consumidoras. Las posibilidades en una etiqueta parecen inagotables y finalmente depende de los valores que se le quiera otorgar a la imagen de marca.
El JO!, de Celler Mariol, nace de un expresivo “Jo, qué bueno está!”. Y es además la terminación de la variedad verdejo, por primera vez plantada en Terra Alta. Miquel Ángel Vaquer –tercera generación de una familia de viticultores– se encarga de la dirección creativa e imagen de los nuevos vinos pergeñados por sus dos hermanos enólogos. Representa a la generación con añada más joven. “En nuestras etiquetas hablamos de tú a tú. Queremos evitar la literatura enológica que mucha gente no comprende. Dar la información imprescindible como la variedad de la uva, y quitar la que no lo es. ¿Importa realmente si una barrica es de roble francés, americano o húngaro? O si la madera procede de tal o cual bosque, alguien lo nota? Queremos que la gente consuma el vino de forma desacomplejada”. Para Vaquer, la etiqueta es un pequeño reclamo muy valioso. “Allí donde tu distribuidor te ha puesto, tienes un pequeño spot de televisión gratis y has de aprovecharlo para decir el máximo”.
Los juegos de palabras son otra tendencia en alza como estrategia de atracción. Mes que Paraules nos sugiere que más allá de esa terminología de cata a veces difícil de retener, está el propio disfrute del vino. Menganito y sus colegas Fulanito y Zutanito apelan a lo popular, al vino tomado campechanamente, sin poses ni sofisticación. También están los de vena poética: Lo Mon, Respiro, Celeste... Silenci transporta a ese momento con magia, en medio de una animada cena regada con vinos, en el que durante una fracción de segundo todos permanecen callados. El auge del término viticultor, junto al de bodeguero, ha ligado con más fuerza el universo del vino al terreno y la viña, además de a la elaboración. Así aparecen nombres rurales y costumbristas como El Corral del Obispo o el doméstico Casa Mariol.
Explican los grafistas que el boom de las nuevas etiquetas ha llegado en paralelo a las mejoras tecnológicas de impresión, que en la última década han experimentado una enorme evolución. La nueva maquinaria permite acabados y calidades antes impensables: relieves, estampaciones, inflados en braille, precisión y combinación de colores… Para Xavier Bas, este boom también existe porque “el sector del vino aparece como el último reducto para los diseñadores. El editorial está de baja. La ropa, masificada en grandes marcas. El mundo del vino, con la gran cantidad de bodegas, el gran número de variedades de uva y el particular enfoque de los viticultores, es el último reducto que nos queda para expresar esa diversidad y sus cualidades”.
Los aficionados a las notas de cata, a partir de ahora –tras observar el color del vino, olerlo, obtener la primera sensación en boca y los matices tras su ingestión–, pueden añadir la contemplación de la etiqueta y valorar en qué medida refleja lo que acaban de beber. Salud.
Origen información: La Vanguardia
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