La fundación del Priorat
Priorat, 1989
Esta es la
historia de una botella que atesora 25 años. Un tinto que contiene
paisajes, pueblos, bosques, montañas, piedras, secretos, fe y
convicción.
El nuevo
Priorat comienza con ese vino de 12,5 grados con el que dejaron atrás el
granel para concentrarse en lo singular. Fue también la resurrección de
una comarca emparrada con las vides del monasterio de Escaladei desde
el siglo XII.
La producción
fue de unas 8.000 botellas. Cada uno de los diez bodegueros originales
recibió unas 800. Lo extraordinario es que hicieron un solo vino. Diez
etiquetas y un solo vino. Solo una vez.
El reportaje
recuerda la amistad de cuatro supervivientes. Camaradería, esfuerzo,
talento, audacia, amenaza de quiebra y triunfo final de René Barbier,
Álvaro Palacios, Daphne Glorian y Josep Lluís Pérez. Persona principal
es Carles Pastrana (Clos de l’Obac), reclutador con René del grupo de
los diez entre 1979 y 1989.
Al final
beberán una botella del 89 –quedan pocas, buscadas por coleccionistas
con sed por lo único– y las mentes se expandirán y volarán hasta aquel
año difícil y esperanzador.
Los cuatro han
sido convocados en Gratallops, en la bodega de Álvaro. Son días de
vendimia, un año complicado, con exceso de lluvias. Dejar por unas horas
los campos es para ellos un castigo. Preferían estudiar las uvas,
decidir en qué momento deben ser recolectadas. Se juegan la cosecha. La
tierra no admite poses. Las uñas de Álvaro tienen barro. Calza botas de
trabajo. Daphne llega con ímpetu campestre, la mochila al hombro, el
andar rápido. La fermentación agobia el aire. Todo el Priorat hierve.
"Cultivar a las personas"
El mayor es el
profesor Josep Lluís Pérez. Antes de comprender las plantas, intentó
comprender a las personas. Licenciado en biología humana por la
Universidad de Ginebra, hijo de barbero, peluquero él mismo en aquella
Suiza de la inmigración, llegó al Priorat tras dar clases en un
instituto del Vallès Occidental. “Yo no tenía ni idea de vino. ¡Ni idea!
Me interesaban la didáctica, la biología humana, Jean Piaget. El sujeto
activo es el niño. Lo antagónico a lo actual. Soy de un pueblo de
Alcoi, Quatretondeta, y quería venir a un pueblo”.
Ese lugar fue
Falset, y su centro de formación profesional. La llegada coincidió con
un hito: se regló la enseñanza de enología y viticultura (curso
1981/1982). Josep Lluís hizo un estudio económico y documentó que, con
lo que cobraban, los jóvenes huían del campo.
Tuvo claro que
“había que cultivar a las personas”. El profesor dice ese tipo de cosas:
“Cultivar a las personas” o “dignificar la agricultura”.
El papel de
René Barbier, descendiente de agricultores franceses en el oficio desde
del siglo XIII, es el de la argamasa: unió las piedras para el muro. Fue
él el que tuvo la visión y el que compactó al grupo. Había adquirido
una finca en 1979 con nostalgia de la infancia en Prades. Le llegó con
un soplo que en Falset, en la Escuela de Enología Jaume Siurana, había
un educador: “Escuchaba hablar de una persona que tenía ideas nuevas”.
“Era 1984 o 1985” y la revolución, algo intuido. René y Josep Lluís han
mezclado las raíces, son consuegros, comparten nietos. La saga Barbier
Pérez se intuye larga, ramificando el futuro de la comarca.
La agricultura
en los años 60-70 era “polución, dolor, farmacéuticas”. En la memoria de
René, suciedad y una contaminación por exceso de higiene,
“rentabilizaban el campo con monocultivos”, “era la fortuna de las
farmacéuticas, no del campo”. Sacar la química de la tierra, regresar a
lo natural, promover la salud de las plantas y las personas. Uvas ricas
en lugar de uvas obesas. “Mi obsesión siempre fue el territorio y las
viñas”.
Álvaro Palacios
entra en la historia en compañía de René, que trabajaba en la bodega de
su familia en Alfaro (La Rioja), Palacios Remondo. “Estudié en Burdeos
con el hermano de Álvaro, Antonio”. El padre de René había muerto y
encontró en los Palacios nuevos afectos.
El Gran Vino
“René era mi
profeta, un hippy del 68”. Álvaro tenía unos 16 años y callos
primerizos, ganas de aventura, hormigas en los pies; y en la cabeza, “la
idea de hacer, algún día, un Gran Vino”. “Álvaro es mi hermano
pequeño”, enlaza René.
Entiéndase que
estas personas, que no están unidas por la sangre, son familia. Por sus
venas fluye el tinto, decantado cuidadosamente. Álvaro visitaba a René
en Tarragona, “el ambiente de Catalunya, la noche, el jazz”, escuchar un
saxo y manejar el sacacorchos como otro instrumento musical.
Alfaro-Tarragona-Burdeos,
Château Pétrus. “En Francia me volví loco con el Gran Vino. Hay
chavales que han ido allí y no lo han pillado, se han quedado con la
técnica, con la bata blanca”. Piensa Álvaro en la ciencia, pero, sobre
todo, en la sensibilidad y la sensualidad. “El encanto del vino de lujo,
basado en la historia de un lugar. Volví a Alfaro. Y quise irme. Irme
de la empresa, pero nunca me fui de casa”. Necesitaba hacer su vino a su
manera. La vid como forma de crecimiento. “El Gran Vino está en el
viejo mundo: Italia, Francia, España. Entonces estaba lleno de tesoros
olvidados”. En los 80 en el Priorat, la llicorella era la tapa del
cofre.
René y Álvaro
se recuerdan soñando, encegados con la idea del Gran Vino. “Siempre
hablando de lo mismo”. La mejor de las ideas fue compartir. Hablan de
comuna, hablan de unión, hablan de colectivo, hablan de “admiración”.
“Sin ayuda me
hubiera sentido estúpido. Solo podíamos conseguir una gran región entre
todos. Es la clave”, dice René con la barba melancólica. “Es posible un
vino de élite con mucha gente produciendo”, corrobora Álvaro, la piel de
albero, mimetizado con las vides otoñales. Atraer talento, atraer
conocimiento, colaborar. Y la ciencia, dice Josep Lluís: “Había que
ocuparse de que la ciencia estuviera con nosotros”.
"Bajo un mismo techo, cada uno su vino"
En 1988, René y
Álvaro encontraron a Daphne en una feria en Florida. “Vendía vino”,
recuerda la suiza trasladada a EEUU. “Fuimos a bailar. René fumaba en
pipa y la perdió, encendida, entre la multitud, ¡y nos pusimos a
buscarla!”. Eso son los pequeños detalles que, como una brasa, siguen
encendidos en la memoria. Hoy Daphne sabrá, 26 años después, que René
encontró la pipa que ella creyó extraviada esa noche de terciopelos.
Escuchar a
aquellos chalados, ¡hacer un Gran Vino!, la convenció: “Fui al Priorat y
en una tarde compré la finca”. “Dinero no había mucho”, cuenta Daphne.
Álvaro lo reafirma: “Esto no encajaba con nadie con dinero. Lo marcaba
la idiosincrasia de la zona, la dureza y las limitaciones. El Priorat se
hace como quiere el Priorat. La idea era una bodega conjunta, pero cada
uno haciendo su idea de vino”. “Bajo un mismo techo, cada uno su vino”.
“Discutíamos mucho. Cada uno iba construyendo su mundo, su barrica”.
Los cuatro expresan lo mismo. Todos/cada uno.
Laderas de
vértigo para una viticultura de riesgo. Años después, cuando el Priorat
era voceado por el mundo, llegaron los capitalistas y se estrellaron
tras rodar por las pendientes. Esta tierra obliga a herirse.
Josep Lluís
injerta la visión social: “Creímos que si hacíamos vinos de calidad, la
gente, los jóvenes se quedarían”. “Nunca pensamos en hacer un vino de
batalla”, remata Daphne.
Con la idea
colaborativa, solidaria, cada uno aportó lo que tenía. René puso bodega y
uvas. Álvaro trajo las barricas porque entonces estaba en ese negocio.
Josep Lluís Pérez acaparaba conocimiento técnico, pero también
necesitaba capital: “Tenía cuatro hijos. Tuve que salir fuera como
asesor técnico y llevar fincas en todas partes”. Aún hoy aconseja en
Suecia y Egipto, donde elaborar es una tarea arenosa.
Un solo vino,
diez etiquetas: Clos Mogador 1989 (René Barbier), Clos Dofí 1989 (Álvaro
Palacios), Clos Erasmus 1989 (Daphne Glorian), Clos Martinet 1989
(Josep Lluís Pérez), Clos de l’Obac 1989 (Carles Pastrana), Clos dels
Llops 1989 (Luc Van Iseghem), Clos Ballesteros Jové 1989 (Antonio
Rosario), Clos Basté Krug 1989 (Toni Basté), Clos Setién 1989 (Fernando
García) y Clos Garsed 1989 (Adrian Garsed). Una Internacional Vinícola
con varias nacionalidades.
El 'boom' llegó en 5 años
El futuro
estaba encerrado en una botella de 75 centilitros y tenían que salir a
venderlo. Quim Vila, comerciante y dueño de Vila Viniteca, tuvo nariz:
“Los conocí en 1991 con la añada del 89. Primero a Álvaro, creo que a
René y a Josep Lluís, juntos. La última, Daphne. Me quedé 24 botellas
del 89. Pensé: ‘Estos tíos están locos’. El lugar es tan especial…
También fueron las primeras bodegas que comenzamos a distribuir. 10
cajas al año. Costaba mucho venderlas. Pasaron cinco años antes de que
llegara el 'boom'. En
1995, L’Ermita del 93 [L’Ermita es el top de Álvaro] armó jaleo. Antes
de Robert Parker [el crítico más reputado], alemanes y suizos ya habían
dicho que eran fantásticos”.
Parker dio 99 puntos al Clos Erasmus 1994 y 97 a L’Ermita del mismo año.
El precio era
un certificado, una confirmación. Que el vino era bueno. Que ellos eran
buenos. René viajó a Francia para presentar sus respetos y Clos Mogador
al sumiller Jean-Claude Jambon. Se lo sirvió y le preguntó si pagaría
1.500 pesetas por la botella. Entonces, la cooperativa vendía el litro a
70-80 pesetas, y hoy los mercados pagan por los grandes tintos de la
comarca entre 100 y 1.000 euros. ¿Por qué un líquido anónimo de un lugar
remoto tendría que haberle interesado al señor Jambon? René regresó a
Gratallops con varias cajas vendidas.
Desgracias familiares
Contarlo de
esta manera es contarlo a medias. Hay que hablar también de deudas, de
miedo, de peligros, de rivalidades, de cortes de luz por falta de pago,
de desgracias familiares.
“Un día en Mora
se me rompió el coche, un trasto, estaba desesperado, lloré, ‘quiero
una nómina, quiero irme a casa, no puedo más”, rememora Álvaro con la
sonrisa torcida. “Pasaron millones de cosas, pero las salvamos porque
éramos superobstinados”, concluye Daphne.
Los
“superobstinados” prueban el Clos Dofí del 89, botella 000376, red table
wine, 12,5 grados; 45% de garnacha, 10% de cariñena, cabernet
sauvignon, syrah, merlot. Gemelo de los otros nueve clos. La DO no les
permitió calificarlos como priorat por la baja graduación.
En 1989 murió
el Dalí de los bigotes pochos, Arafat anudó el Estado de Palestina con
un pañuelo y los berlineses desmontaron el muro y el comunismo.
René: “Aún está aquí”.
Álvaro: “Elegancia, frescura, vitalidad. Tiene vigencia, está nervioso, vivo”.
Josep
Lluís: “Es un vino del Priorat, con todas sus cualidades. El Priorat es
el responsable. ¡No teníamos suficientes conocimientos! Es un milagro”.
René: “El encuentro con Josep Lluís, discusiones sobre la maceración… Creo que acertamos”.
Daphne:
“Claramente le falta grado. Es fantástico que se mantenga así. Más
estructura que carne. Como un bebé un poco gordito que al hacerse adulto
se afina y se le ve el músculo”.
En el metal del cuello de la botella se lee como resumen y con orgullo: Personalitat única.
Orígen información: La cocina de los valientes
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