Quim Monzó
La semana pasada se inauguró en Figueres la vigésima séptima edición de la Feria del Vino. La encargada del pregón fue Marta Velasco, sumiller, premio Nariz de Oro 2011. Según explica el Diari de Girona, Velasco glosó el Empordà como zona vinícola desde la época en que Empúries fue colonia griega. Velasco conoce el territorio porque de niña pasó parte de su infancia en Lledó de Empordà, ese pueblo prefabriano que se hace llamar Lladó. Explicó también las vicisitudes por las que ha pasado el vino en aquellas comarcas y concluyó que el panorama actual es espléndido, con bodegas de muy diversas dimensiones; algunas, de calidad excepcional. Tras Velasco habló el alcalde de la ciudad, Santi Vila, que alabó a los vinateros ampurdaneses por haber hecho los deberes y haberse puesto al día. Acto seguido inauguró la feria.
Tanto una como otro tienen toda la razón del mundo. Sólo una persona con ageusia puede hoy en día no darse cuenta de que los vinos del Empordà ocupan un lugar privilegiado en la privilegiada producción vinícola catalana. Pero ese esplendor actual no sale de la nada. Había buenos vinos ya antes del actual estallido, pero el trabajo de estos últimos años ha sido excelente y ahora los hay magistrales.
¿Saben cuál fue el punto de inflexión? Pues el punto de inflexión fue la decisión de borrar, del nombre de la denominación de origen, lo de Costa Brava. Desde que se fundó en 1975, el nombre era DO Empordà-Costa Brava. Hace poco más de cinco años –en marzo del 2006– decidieron quitarse de encima el lastre y dejarlo en DO Empordà. Muchos se opusieron. Uno de los más combativos fue Antoni Escudero, presidente de la Federación de Hostelería de las Comarcas de Girona. Él y otros, sin darse cuenta de que, desde hace décadas, el concepto Costa Brava es más un desprestigio que un prestigio. Afortunadamente, al fin ganó la sensatez: DO Empordà y punto.
Ahora, todos esos que se oponían callan, porque es evidente que rebautizar la DO sólo con el nombre de la comarca histórica ha contribuido a que el trabajo hecho por los vinateros se perciba con claridad. Visto el prestigio alcanzado en todas partes por los vinos del Empordà, ahora el reto es convencer a todos esos restaurantes ampurdaneses que aún están en Babia. Son restaurantes anclados en la rutina, que no se dan cuenta de los vinos maravillosos que tienen ahí mismo. Da pena estar en el Empordà, ir a un restaurante, pedir la carta y ver que sólo hay dos o tres vinos de la zona, y no precisamente los mejores. En cambio, tienen todos los vinos de la Rioja y de la Ribera del Duero que quieras. Las autoridades, la DO y los vinateros han hecho los deberes. Ahora sólo falta que los restaurantes amuermados del Empordà se saquen el provincianismo de encima y también los hagan.
Origen información: La Vanguardia


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