Miguel Domecq Solís |
Una hora en la moderna bodega de Miguel Domecq Solís, 'Entrechuelos', en el cortijo de Torrecera, donde dedica su esfuerzo a hacer vinos de máxima calidad.
Juan P. Simó JEREZ
Allí, en lo más alto del pago de Torrecera, junto a la imponente construcción almohade que corona la loma, se divisa media provincia. A sus pies se extienden las 800 hectáreas de la finca 'Entrechuelos". Miguel Domecq Solís (Jerez, 1943) cogió en 2003 un páramo. Y el páramo lo transformó. Levantó un inmenso lago artificial, dedicó 206 hectáreas al olivo y 26 al cultivo de uvas blancas (chardonnay) y tintas (tempranillo, merlot, cabernet y sirah). Total, una inversión de 6 millones de euros, el sueño que el hijo de Juan Pedro Domecq Díez y de Matilde Solís Beaumont albergó desde muy jovencito.Pero ni Miguel ni sus hermanos son nuevos en esto. Miguel trabajó durante 25 años en la bodega familiar hasta que fue vendida en 1994 al grupo Allied Lyons por más de 600 millones de euros. De tal manera que hoy día, sólo dos iniciativas mantienen el noble apellido: Lo hace Álvaro Domecq Romero, con la producción de vinos brandies y vinagres de Jerez bajo el paraguas del grupo Inverante, y este incansable emprendedor, que ha apostado por los vinos tranquilos tintos y blancos englobados en Vinos de la Tierra de Cádiz. En este privilegiado lugar, idóneo para el enoturismo gracias a la mano del arquitecto y cuñado de Miguel, Alberto Ballarín, conversamos con Miguel Domecq en su despacho, sobre la bodega instalada bajo tierra, entre objetos que recuerdan que hace unos dos mil años, muy cerca, ya se hacían vinos de mesa.
-Viene todos los meses de agosto del año.
-Vengo todos los meses de agosto porque la vendimia es una cuestión de cuidado. Claro que están los técnicos, los ingenieros, que lo cuidan pero el ojo del amo… Procuro que todo vaya bien, que no haya un mal paso… Es la búsqueda de la excelencia en cada paso, de no conformarte con lo que hiciste ayer. El año pasado presentaron un vino de Rioja y nos dijeron que era un proyecto a cincuenta años. Yo no creo que hacer un vino excelente lleve cincuenta años, pero ponerlo en la cabeza del consumidor sí puede llevar esos años. Entonces, he pensado dejar el proyecto bien encaminado, desde abajo, para que lo desarrollen los hijos y mis nietos cumplidamente. Es un negocio tranquilo, cuidadoso, espacioso, donde no hay nadie que no sea importante. Por una razón muy sencilla. Lo que no entre por una caja de mi viña, no entrará en mi vino. Podemos estropearlo y hay que cuidarse mucho de eso, de sacarle todo lo que tiene. Y siempre hay una forma, un detalle, para sacarle lo mejor. Y en esa lucha estás. Cuando pretendes la excelencia, nunca terminas.
-¿Qué otros negocios le ocupan?
-Soy un hombre con negocios en Madrid inmobiliarios, logísticos de petróleo, heladerías... Pero existe un momento cuando el negocio es más importante que la familia. Ese momento se te escapa. Los Domecq éramos muchos, nos conocíamos todos, la familia era más importante que el negocio, que no descuidábamos, pero cuando eso dejó de serlo, se convirtió en un negocio más. Hubo un momento que pareció razonable vender, a un precio excelente, y muy difícil de mejorar.
-Usted fue una persona con gran responsabilidad en la bodega. ¿Qué ocurrió con Domecq que no sepamos?
-Yo creo que Domecq ha sido una hucha. Hemos guardado los beneficios durante generaciones y por eso es una empresa importante, con activos muy importantes. Por eso, tuvimos que sufrir en los últimos años la tremenda revolución industrial que supuso la electrónica y que llegó a vaciar las plantas. Y eso fue doloroso, pero necesario. Y ese llegó a ser en un momento el problema de Domecq. Pero al mismo tiempo que las plantas de las fábricas se han vaciado, otros sectores han requerido de esa mano de obra. Quizás lo que no hemos hecho en Jerez es sustituir la caída de la demanda y eso, quizás, ha empequeñecido lo que pudiera ser Jerez. Luego pienso y me invade mucha vergüenza cuando miro Jerez y no veo ninguna fábrica de botellas, etiquetas, de cápsulas, toneles o cartones... hemos dejado escapar a medias esas industrias. Probablemente la gestión no fue suficientemente buena pero también es verdad que la presión sindical fue excesiva. Entre todas la mataron y ella sola se murió.
-Pasa el tiempo y, 'boom', de pronto aparece aquí, en silencio.
-Esto es distinto. Esto tiene que ver con los sueños, las ilusiones, con lo que tú puedes hacer de nuevo. He viajado por todo el mundo y he advertido que se podía hacer vino en muchísimos sitios. Que el mundo del vino estaba en la viña y la mesa. Quería traer a Jerez esa excelencia del vino. ¿Cómo haces entonces ese sueño? También quería hacer otra cosa. Tres millones de cajas ya las habíamos hecho en la bodega y ahora tenía que hacer botellas, una a una, con cariño, con excelencia. Hacer otro vino de Jerez no me dejaba el coeficiente de protagonismo que yo tenía que hacer. Era casi una decisión obligada si quería seguir en el mundo del vino, buscaba un sector que te dejara el protagonismo y te dejara una larga vía para que otros lo sigan continuando.
-Cuando se vende la bodega, ya venían de atrás las diferencias entre los Domecq y los Mora-Figueroa.
-Bueno, vendimos juntos, ¿no?
-¿Desconfió de su pariente Ramón Mora-Figueroa a la hora de vender?
-Quiero decir que Ramón Mora-Figueroa y yo vendimos el mismo día, a la misma hora, al mismo precio. Vendimos juntos.
-¿Y a usted le convencieron las explicaciones que Ramón dio en la asamblea sobre la venta?
-Pues, probablemente, mis razones fueron suficientes.
-Me consta que casi toda la familia Domecq salió satisfecha. Al final de la intervención de Mora-Figueroa, todos aplaudieron.
-Era una decisión necesaria. Teníamos la octava riqueza del mundo, pero éramos del Oviedo o el Español, no teníamos cartas para ser el Madrid o el Barcelona. Si hubiéramos sido más pequeños, el negocio hubiera sido viable; ahí donde estábamos era donde reparten las tortas y no te queda más remedio que recibirlas. Y tienes que darte cuenta de esa situación. Y la situación era muy propicia para pactar un precio bueno. Lo que han hecho desde entonces con Domecq ya no es cosa nuestra. Han pasado veinte años.
-Pasea por la ciudad. Echa en falta el nombre Domecq en las fachadas, en las calles. ¿Qué siente?
-Uno tiene que aceptar en la vida cosas que no le gustan. Algunas muchísimas más. Cuando murió mi hijo mayor me dolió muchísimo y tuve que aceptarlo. Trabajaba conmigo y era mi heredero natural. Pero soy de los que piensan que en esta vida no tienes derecho a rendirte. Las cosas hay que superarlas.
-¿Se ha dado cuenta? Es curioso. Lo decía Mauricio González-Gordon. Temía por los accidentes. El apellido Domecq, no se sabe por qué, ha estado ligado siempre a ese tipo de desgracias.
-Si miramos las estadísticas, puede que nos haya tocado más. Pero también hay que mirar el asunto desde otro punto de vista. Por ejemplo. De los tres que estamos aquí, somos una generación que no nos tocó vivir la guerra. Pudieron nuestros hijos morir en la guerra. Hemos tenido suerte para algunas cosas y menos para otras. Y a cada uno le toca lo que le toca..
-¿Su abuelo Juan Pedro le inculcó aquello de 'Domecq, Nobleza Obliga'?
-Nosotros hemos tratado de hacer las cosas lo mejor posible. Quizás no la hayamos hecho todas bien. Pero lo hemos intentado. Y si hemos tenido un error, en el momento en que lo hemos sentido así, hemos cerrado el problema. En una vida larga como la mía encadenamos errores y enmiendas y enmendando errores. Así se hace el camino. Cuando me reúno con los responsables que trabajan conmigo en esta bodega, nos preguntamos cómo hacerlo mejor. Y un empresario ha de hacer eso. Y así creo que ha sido un poco mi vida.
-Yo le encuentro muy optimista.
-Esta bodega es la ilusión de mi vida. Pensé en ello cuando era jovencito. Cuando trabajaba en Domecq era más un sueño que una realidad, pero cuando me desligué de la bodega, me volqué en ello.
-Fíjese. Ramón Mora-Figueroa vendió la bodega a un excelente precio. Sólo dos accionistas deciden iniciar la aventura del vino por su cuenta y riesgo. Alvarito y usted mismo.
-Yo creo que Álvaro tiene algo muy en común conmigo: es el amor por lo que estamos haciendo. Su lema es 'Nacer de nuevo'. Yo diría más: 'Aquí sigo'... Pero en el fondo estamos expresando la idea desde distinto lado. Vamos a seguir empujando para que el nombre de Domecq, desde una posición mucho más pequeña y artesanal, más cuidada, siga existiendo.
-Se vende la bodega y usted puede poner en práctica lo que siempre soñó.
-Yo empecé a poner en práctica el proyecto el mismo año en que mis hermanos y yo decidimos separar propiedades y a mí me tocó esta finca. Tuve que pensar qué variedades plantar y eso me tomó tres o cuatro años. Al final plantamos una viña con una serie de variedades y, a partir de 2008, consideré que la viña tenía una calidad suficiente, levantamos la bodega y, desde entonces, lo hemos ido tratando de hacerlo cada vez mejor.
-¿Cómo le ha ido? Descríbame la situación actual.
-Vendemos más cada año. Desde dos puntos de vista. Estamos vendiendo más cada año y cada año el vino lo hacemos mejor. Lo que creo que empezamos a hacer entre bien y muy bien son los vinos bajo la marca 'Alhocén'. Estamos haciendo un blanco chardonnay fermentado en barrica que empieza a tener opiniones muy interesantes. Un importador americano lo definió con una palabra: '¡¡Uau!!' Un competidor mío me decía el otro día: 'Este vino tiene personalidad'. Luego, esas producciones de tinto con las cuatro variedades de uva que tenemos, creo que han pasado una cota de excelencia suficiente para que te den no una medalla de oro en los premios, sino el premio al mejor vino, que eso ya es difícil. Creo que son unos vinos que están entre los buenos vinos, y que tienen un precio de lujo, pero un lujo razonable, que se puede permitir uno, y eso es como la punta de lanza de lo que estamos haciendo y podemos seguir haciendo.
Origen información: Diario de Jerez
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