Los tradicionales comercios de venta de vinos están en horas bajas. Vinos Ezeiza aguanta en la calle Prim con clientela principalmente donostiarra
04.02.11 - 02:53 - ALETXU PEÑA SAN SEBASTIÁN.
Hace años, no muchos, la ciudad contaba con vinaterías prácticamente en cada esquina. Los donostiarras con unos cuantos años se acordarán de los comercios de venta de vinos y licores de Oyón, en la calle Prim; Calzacorta, en la calle Hermanos Iturrino (hoy calle Arrasate); el almacén de venta de vinos de Soro en la calle San Martín; el de Aragón, en la calle Reyes Católicos; Ezeiza, en Alfonso VIII, y el otro Ezeiza en la calle Prim; la bodega Erriko, en Sanchez Toca; Martínez, en calle Urbieta; Maguregui, en calle Arrasate; Echegaray, en la calle Urbieta; Martínez en la calle Narrika y la Bodega Donostiarra, en la calle Peña y Goñi, en el barrio de Gros, por citar las vinaterías más conocidas.
La mayoría de estos comercios han cerrado. La aparición de las grandes superficies e incluso de los supermercados han provocado el cierre de este tipo de negocios que tuvieron gran auge hace apenas un puñado de años. Los pocos establecimientos que mantienen la actividad son Vinos Ezeiza, en la calle Prim, la Bodega Donostiarra en Gros y vinatería Hijos de Martínez en la Parte Vieja.
La vinatería más antigua estaba en la calle Prim, 16. Se denominaba Vinos Arrieta y regentaba el negocio, que era un almacén de vinos, un ciudadano de Tolosa. En 1940 compra el establecimiento Manuel Eceiza Larzábal, que se dedica a la venta a granel de vinos, anises y cognacs. La costumbre en la época era la de acudir casi a diario a la vinatería a comprar el vino o el moscatel. Normalmente el ama de casa acudía a la vinatería con la botella vacía y se la rellenaban con el grifo enchufado a la barrica. Había otras personas que acudían con un pequeño garrafón y luego en sus viviendas realizaban el trasiego para trasvasar ese vino a las botellas.
El vino llegaba a las vinaterías en barricas de 200 litros y luego en el establecimiento se embotellaba para su posterior venta. Había una bodega, recuerda José Antonio Peña Eceiza, de Vinos Ezeiza, la de Viña Pomal, que además de traer ellos en su transporte la barrica de vino a la tienda trasladaban a una persona de la empresa para embotellar los 200 litros y colocar a todas sus botellas la etiqueta de Pomal.
Acudían a llenar la bota
Pero lo más frecuente entre la población era la compra del vino a granel, que en ocasiones para no acudir a diario a la vinatería, personal de la tienda transportaba a las casas en una bicicleta que arrastraba un carro con el vino en cajas de madera que contenían 12 botellas.
El vino de Oporto llegaba en ferrocarril a la estación del Norte, cuenta José Antonio Peña, «y desde allí lo trasladábamos hasta la tienda rodando las barricas por la carretera. Recuerdo que en una ocasión se rompió la barrica cuando íbamos por el puente de Santa Catalina y todo el vino de Oporto se desparramó por el suelo».
También era costumbre ir a la vinatería con la bota de vino para llenarla. Principalmente eran trabajadores de los distintos gremios que estaban por la zona. Y no sólo se expendía vinos y licores, sino gaseosas, sifones o el tradicional moscatel. Eran años boyantes de las vinaterías y en Vinos Ezeiza atendían a la abundante clientela doce personas.
A Manuel Eceiza le sucedieron en el negocio sus sobrinos, José Antonio Peña Eceiza y Bernardo Anabitarte Eceiza, y posteriormente se incorporó al equipo Ibón Anabitarte, hijo de Bernardo. A la vinatería Ezeiza llegaban muchos clientes de Francia provenientes de Lourdes. Iban a Lourdes de media Francia para varios días y en esta ciudad se les ofertaba una excusión a San Sebastián para pasar el día. Cuando llegaban los autobuses aparcaban en el paseo de Vizcaya y ahí se trasladaban José Antonio o Bernardo a repartir unas tarjetas donde se anunciaba la vinatería. Los turistas pasaban por la tienda y la veían. Visitaban la ciudad y a la hora de regresar al autobús entraban en la vinatería donde se llevaban botellas y botellas de anisete y Oporto. Los turistas italianos eran fanáticos compradores de la casa Domeq, y compraban el brandy Fundador o Carlos III por cajas.
Esta masiva afluencia de turistas a la vinatería se terminó al no poder aparcar los autobuses de turistas en las inmediaciones y el negocio fue reduciéndose progresivamente hasta contar prácticamente con la clientela donostiarra, que acude de todos los barrios de la ciudad, según atestiguan José Antonio y Bernardo, aunque de vez en cuando se deja caer algún visitante extranjero. La estrechez a que ha sido sometida la calle Prim también ha repercutido en este negocio ya que no se puede dejar el coche un momento en segunda fila para retirar una caja de vino y meterla en el maletero.
Origen información: Diario Vasco

Interesante artículo.
ResponderEliminarEn mi familia llevamos 4 generaciones dedicándonos a la fabricación de botas de vino (de las de beber) y hace poco, hicimos este vídeo para nuestra web, en el que se me ve a mí fabricando una bota de vino:
http://laboteria.es/?cat=fabricacion-botas-vino
Espero que te resulte tan interesante como a nosotros tu artículo.