El fin del 'imperio tricloroanisol'
Una de las líneas de producción de la fábrica de Nomacorc en la localidad belga de Thimister-Clermont.
G. P.
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El pintor no eligió un corcho de origen natural, el alcornoque, sino sintético, uno entre los miles que son fabicados a diario a pocos kilómetros de donde está expuesto para su venta.
Para entonces, Noël acumalaba ya más de 40 años de experiencia en el campo de los productos derivados de la extrusión de materiales sintéticos (verbigracia, los churros de las piscinas que sirven de agarre y flotación a quienes aprenden a nadar). En 1999, tras seis años de investigación, Marc Noël y su hijo pusieron en el mercado su primer tapón alternativo al corcho de toda la vida.
Nomarcorc empezaba su andadura en Estados Unidos para ir extendiéndose a Europa, Argentina y China, con un gran aliado asido al cuello: el tricloroanisol (TCA), una sustancia que, además de amargarle la velada familiar a Noël, ha traído en jaque a los bodegueros desde que, según la leyenda, el fraile bendectino Dom Perignon (1639-1715) desestimara el uso de cuñas de madera y trapos embebidos en aceite y lacrados e iniciara el cierre del embotellado tal como hoy lo conocemos.
El corcho debe vivir abrazado al alcornoque 9 años, tras los cuales ha de ser separado del tronco. Comienza entonces un complicado proceso de tratamientos para evitar al indeseable TCA, que cuando aparece en su contacto con en el vino en el cuello de la botella arruina la propia botella y provoca una especie de tsunami de temor en el viticultor y en el consumidor al ser imposible determinar dónde y cuándo aparecerá el siguiente disgusto.
El cierre sintético se encuentra entonces con un espacio propio y en ampliación, sin guerras fatricidas, sin campañas agresivas: simplemente no tiene TCA. Así lo reconoce Sebastien Andrés, responsable comercial de Nomacorc para España y Portugal, quien, con una contenida sonrisa, reconoce el papel aliado que en su caso tiene el tricloroanisol.
Con todo, no es esta sustancia producida por los hongos filamentosos que habitan en la corteza de los alcornoques el único problema a abordar en el "crucial" proceso de embotellado. El oxígeno vuelve a dejar patente que él es el protagonista de este planeta. Una vez contenido el vino en la botella, las relaciones íntimas entre el tapón y el caldo (asépticas en el caso del sintético y de riesgo en el natural), pasan a un segundo plano. Comienza lo que los enólogos denominan la "gestión del oxígeno".
Ajenas a un ruido ensordecedor, varias tolvas contienen en lo alto de la nave de la fábrica de Thimister-Clermont en Lieja (que, coincidencias, etimológicamente significa corcho) una receta granulada de polietileno de baja densidad. Cuando el complejo sistema informático da la orden, el granulado cae a un horno donde es transformado y amasado a la temperatura de 170 grados. A esa masa se le inyectará un gas que, en función de unos parámetros prefijados, la hará porosa, más o menos permeable a la transición del oxígeno en el cuello de la botella.
A la vez, otras tolvas, también con otra receta de polietileno de baja densidad, pasan y vierten su ingrediente en otro horno donde se prepara la película que recubrirá el tapón. En un proceso guardado con estricto celo, basado también en el calor y enfriamiento, la película y la espuma se unen pasando a formar un churro inacabable que un implacable láser se encarga de medir, pesar, y premiar con la guillotina a la excelencia y con el contenedor de la inmundicia a la tara, al defecto. Los elegidos pasan luego máster de tallaje y decoración. El objetivo es claro: vencido el TCA, y con la porosidad en su interior, el parecido visual con el corcho debe ser total.
Viticultores y enólogos saben hoy que deben dominar el oxígeno, si quieren que, durante diez años, sus cosechas se paladeen en cualquier parte del mundo tal y como ellos las embotellaron. Y en esta ecuación, la molécula O2 es determinante. Si encierran herméticamente sus caldos, éstos se reducirán y aparecerán aromas no deseados como de huevos podridos. Y si entra demasiado oxigeno, aparecerá el exceso de oxidación y los indeseables aromas de torrefactos o frutas pasadas.
El sumiller bilbaíno Antonio García, ve con muy buenos ojos la llegada de estos productos alternativos. Aunque admite que en su caso prevalece el romanticismo. "Entiendo los riesgos del corcho y las precauciones de los productores, pero con el alcornoque la aventura está garantizada. Ninguna botella salida de la misma barrica el mismo día cerrada con corcho sabe igual. Es lo que tiene el cierre natural. Abres cinco botellas iguales y obtienes cinco sabores dintintos".
Junto a ello está el peso de la tradición, que a la propia Nomacorc le está lastrando en su fábrica de China. "Cuando montamos la fábrica en la provincia de Shandong, la idea era tapones en China para los chinos, no para el resto del mundo, pero no crecemos como pensábamos", explica Sebastien Andrés. Y esto se debe a que, en el país asiático, como en el resto del mundo, la tradición y "el seguir el ejemplo de las grandes bodegas francesas, que sólo usan corcho pesan mucho", explica Antonio García. Con todo, desde la Rioja Alavesa y, sobre todo, desde el txakolí, algún productor mira con interés a Bélgica.
Orígen información: El Mundo
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