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martes, 27 de septiembre de 2016

Las claves del éxito de José Moro, presidente de una de las bodegas más rentables de Ribera del Duero

Las claves del éxito de José Moro, presidente de una de las bodegas más rentables de Ribera del Duero


El bodeguero José Moro, en el restaurante madrileño Txistu, pertenece a una tercera generación de viticultores. ALE MEGALE
Federico Oldenburg


Tercera generación de viticultores, es presidente de Emilio Moro, una de las bodegas más importantes y rentables de Ribera del Duero. Produce 1,2 millones de botellas al año que exportan a 70 países. Su última aventura: Cepa 21.
¿Cómo se mide el éxito? Aunque para algunos no es más que una ecuación numérica -que se constata observando el saldo de la cuenta bancaria- lo cierto es que es un intangible que da lugar a tantas interpretaciones como las que apunta la honorable Real Academia de nuestra maltratada lengua: "Resultado feliz de un negocio, actuación, etcétera"; "buena aceptación que tiene alguien o algo"; o "terminación de un negocio o asunto". Vaya, que nos quedamos como estábamos. Y que cada quien interprete el éxito como le venga en gana. Qué remedio.
José Moro en su finca de Valderramiro, con cuyos viñedos elaboran el vino Malleolus.
En cualquier caso, ni el más recalcitrante de los escépticos se atrevería a objetar que José Moro (Pesquera de Duero, Valladolid, 18 de septiembre de 1959) es un hombre de éxito. Y no porque la empresa que preside, Emilio Moro, presente un crecimiento de facturación en torno al 17% anual en los últimos ejercicios. Tampoco porque su gestión haya permitido que una pequeña bodega, que producía 75.000 botellas de vino al año en los años 80, hoy supere 1.200.000, consolidándose como una de las más importantes (y rentables) de Ribera del Duero. El propio José Moro tampoco negará la fortuna que se ha labrado. Aunque no es de aquellos que se conforman con acumular billetes: los Moro suelen reinvertir lo que ganan en mejorar todo lo mejorable, modernizando las instalaciones, integrando nuevas tecnologías para realizar una gestión inteligente del viñedo, apostando por el I + D para seleccionar, aislar y desarrollar levaduras autóctonas extraídas de sus propias viñas, necesarias para reforzar la identidad de sus vinos... En 2015, Emilio Moro destinó 3,5 millones de euros a ampliar la vieja bodega en Pesquera de Duero para fortalecer el negocio de cara a una ambiciosa expansión internacional, que ha llevado los vinos de la familia a más de 70 países.
Cuando las finanzas acompañan y se les fija una idea en sus tozudas y castellanas cabezas, José, su hermano Javier -responsable comercial de la compañía- y el resto del clan Moro son capaces de montar una nueva bodega, desde cero. Así lo han hecho con Cepa 21, que comenzó a construirse en 2007 y hoy es un modelo de contemporaneidad en Castilla y León, con arquitectura vanguardista, ambiciosa restauración y vinos que interpretan el alma vinícola de la Ribera del Duero desde una perspectiva distinta a la de Emilio Moro. Todos estos hitos, triunfos o como quiera que se llamen las cosas que salen bien, componen, sí, el éxito de José Moro. Que él entiende -como todo el mundo- a su manera: "El éxito es hacer un vino que me haga temblar; el mejor posible, el vino que mi abuelo y mi padre me enseñaron a amar".
Viñedo Sanchomartin, de donde sale uno de los vinos más importantes de Ribera de Duero, entre ellos está el Malleolus de Sanchomartín.
Afable en la media distancia, y cálido en la corta, José Moro es probablemente uno de los bodegueros que tienen las cosas más claras. Cuando recibe al visitante en la bodega en la villa de Pesquera -como a este servidor-, Moro descubre su mundo sin presumir (ni todo lo contrario: tampoco hace alarde de falsa modestia). Eso sí: lo primero que muestra son las fotos familiares y el modesto lagar donde su abuelo, el "tío Moro", pisaba la uva sin saber que estaba sentando las bases de lo que es hoy una de las bodegas de referencia en la Ribera del Duero.

¿Qué siente cuando ve el viejo lagar donde vinificaba su abuelo?
Alegría, compromiso, pero sobre todo responsabilidad: me ayuda a ser consciente de todo lo que ha hecho mi familia durante tres generaciones, y de lo que aún podemos hacer. Uno de los recuerdos más antiguos que conservo es el olor del lagar. Cuando era niño, acompañaba allí a mi padre para ayudarle a prensar la uva. Y en los descansos comíamos patatas con las manos impregnadas de vino. ¡Nos sabían a gloria! Es un recuerdo imborrable.
¿Hay algo en común entre aquella rústica construcción de piedra y la vanguardista de Cepa 21?
Sí, por supuesto: las personas que están detrás de ambos proyectos, movidos por un profundo amor por el oficio del viticultor. Otro denominador común es el alma. Cuando un vino tiene alma, la arquitectura queda en segundo plano. El marco de la bodega es distinto al del lagar porque para desarrollar un proyecto como el nuestro hay que evolucionar y adaptarse al gusto del consumidor. En los 80 gustaban los vinos robustos y astringentes. Hoy la tendencia exige elaborar tintos más sutiles y elegantes, como los que nos permite hacer Cepa 21.
¿Qué les ha llevado a desdoblar su apuesta en dos bodegas?
La Ribera del Duero es una denominación más diversa de lo que muchos imaginan. Los contrastes que ofrecen los distintos suelos y microclimas a lo largo de la cuenca del río permiten producir vinos de carácter diferente, plenos de frescura si los viñedos se ubican en una orientación norte, como es el caso de Emilio Moro, y con un perfil más cálido si se orientan hacia el sur, como sucede en Cepa 21. En nuestra primera bodega elaboramos considerando la edad de las viñas, mientras que en la nueva lo hacemos atendiendo a la altitud de las parcelas.
¿Qué le emociona más: una bodega de arquitecto o una viña vieja en un paraje perdido?
Lo segundo, por supuesto. Una viña vieja es la esencia misma del vino, porque sus raíces profundas son capaces de extraer la mineralidad de la tierra. Que es lo que aporta riqueza al vino y provoca la emoción de quien lo bebe.
Finca Valderramiro, donde la vides fueron plantadas en 1924 y tiene una extensión de 4,5 hectáreas.

¿Qué espera encontrar cuando descorcha una botella de vino?
iempre busco la emoción. Es el término que mejor resume las virtudes y la magia del vino. Y cuando encuentro esa emoción, a través de la mineralidad, de la complejidad de sensaciones y la armonía de todo el conjunto... ¡Se me pone la piel de gallina!
¿Cree que sus nietos harán vinos en esta tierra?
Creo que es una profesión maravillosa, que exige pasión y conocimiento. Pero hay que estar preparado y tener la suerte de que la naturaleza ayude. Y de nada sirve tener un buen vino si no se cultivan las relaciones sociales para ponerlo en valor. Estoy seguro de que la cuarta generación, que ya está formándose, acabará enganchada a este trabajo.
¿Cuántos aviones ha cogido para que Emilio Moro sea una de las bodegas con mayor proyección y reconocimiento internacional?
Desde que empezó la crisis he pasado entre 150 y 200 días al año viajando por el mundo con una botella bajo el brazo. Pero no me quejo, porque siempre he pensado que no se consigue nada sin esfuerzo.

Las uvas del paraíso

Para descubrir la debilidad de José Moro hay que alejarse del entorno urbano de Pesquera de Duero y seguirle por caminos pedregosos hasta llegar a un paraje remoto, de belleza austera y asilvestrada. Allí se asientan las parcelas más preciadas de las 200 hectáreas que suma la bodega fundacional de los Moro. Una es el Pago de Valderramiro, plantado en 1924 y de 4,5 hectáreas. La otra, el Pago de Sanchomartín, ocupa algo menos de una hectárea. De estos pagos proceden sus vinos más excelsos: Malleolus de Valderramiro (1) (90 euros en su última añada, 2011) y Malleolus de Sanchomartín (2) (120 euros, 2011). Son dos maravillas de expresión contrastada, el primero más robusto y cálido, el segundo, mineral y extraordinariamente esbelto.




Origen información: Expansión

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